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domingo, 29 de mayo de 2011

Uno mismo como base

Por diferentes motivos, los escritores pueden elegir usar elementos de su propia vida en la ficción.
El libro "Escribir sobre uno mismo - Todas las claves para dar forma literaria al material biográfico", de Silvia Adela Kohan (Ed. Proeme, 2002) aborda detalladamente los motivos, procesos e instrumentos relacionados con esta opción.


Fragmento del capítulo inicial:
"Una de las funciones de nuestra experiencia es, pues, servir de cantera de ideas, tanto para la autobiografía como para la ficción. Saber deslindar lo estrictamente autobiográfico de la ficción es la tarea primordial del escritor. A la vez, cuando se convoca la propia historia para darle forma literaria, el proceso a seguir no es intentar escribirlo todo, ni otorgarle una única dirección, sino jugar con lo vivido y escribir lo que se conoce a fondo, aunque no se cuente la autobiografía directamente. 
Pero también el escritor debe saber transformar sus experiencias en literatura: éstas pueden ser especulativas como las de Paul Valéry, mágicas como las de Isabel Allende, oníricas como las de André Breton, fantásticas como las de Gabriel García Márquez o intrauterinas como las de Rosa Chacel.
Son las propias experiencias, sus raíces, su forma de ser y de vivir las que hacen que un escritor decida emplear ciertos referentes y no otros, una clase de comida, un sitio que tal vez es intrascendente para otra persona, que haga reaccionar de determinada manera a un personaje de la novela, que cargue la ira sobre una cuestión que a él le ha afectado y la emplee como disparador de un poema. (...)
Thomas Mann vivió la experiencia del hospital de tuberculosos que relata en La montaña mágica; Ernest Hemingway, la guerra, que despliega en obras como ¿Por quién doblan las campanas?, y Boris Pasternak describió en Doctor Zivago sus celos enfermizos de las aventuras muy antiguas de Zinaida, su segunda esposa. Un texto literario es más rico cuanto mayor número de experiencias amalgame.
Simultáneamente, la experiencia originaria de un texto literario puede provenir de un hecho no vivido directamente, sino tangencialmente, visto al pasar, o que le sucede a un conocido del escritor, que le provoca una inquietud, una iluminación (una epifanía, diría James Joyce), un movimiento interno tan fuerte que no puede dejar de escribirlo.
Escribir la propia vida es abrir una compuerta que puede dar a un túnel oscuro, a un prado en su esplendor, a una montaña difícil de escalar, a una casa lejana, a un país extraño, a un espacio vacío, a un cruce de caminos. Incluye `lo que soy´ y `lo que fui´. A la vez, reflexionar sobre `lo que podría ser´ te permitirá conectar mejor con lo que viviste y lo que vives."

sábado, 28 de mayo de 2011

La Música y el Escritor: Thomas Mann (en homenaje a Gustav Mahler)


Hace pocos días se cumplieron cien años de la desaparición física del compositor austriaco,pero nacido en República Checa, Gustav Mahler. Su música estuvo muy influenciada principalmente por Ludwig Van Beethoven y Franz Schubert, pero también por otros compositores de la talla de Héctor Berlioz o por los mayores exponentes de la música romántica que fueron Frederic Chopin, Robert Schumann y Franz Liszt. Beethoven fue, probablemente, el primero que ideó una composición musical con el concepto de una obra literaria, no acudiendo a la ópera, cantatas o misas (tal vez sería justo citar también a Antonio Vivaldi con Las Cuatro Estaciones como precursor de la música programática). Sus mayores logros se pueden apreciar en la sinfonía nº 9 donde incluye el poema de Schiller. Sin embargo, también sus otras sinfonías, sobre todo la sinfonía nº3 "Heroica", se pueden entender como obras literarias por su contenido filosófico y humanista; por no nombrar sus cuartetos que tanto inspiraron a Marcel Proust para escribir su obra magna. La música programática encuentra luego a su mejor discípulo en Héctor Berlioz con su Sinfonía fantástica compuesta por y para su gran pasión de entonces, la actriz Henrietta Smithson. También se puede citar Annés de Pèlerinage de Franz Liszt, una obra para piano a la que le dedicó gran parte de su vida y que consta de una de las más profundas reflexiones filosóficas llevadas a cabo por un compositor en la historia de la música y que contiene citas de Guillaume Tell y de Petrarca. Sin embargo, fue Gustav Mahler quien llevó a la música programática a un estadio, creo, aún no superado. Desde sus canciones hasta su última sinfonía, Gustav Mahler puso en manifiesto su obsesión para que el lenguaje musical y el literario conviviesen en un mismo espectro universal, una especie de Babel del arte, donde sentimientos de amor, melancolía; se pudiesen apreciar con la misma intensidad que con la pluma de un gran escritor y, Gustav Mahler logró este propósito, sobre todo, con "La Canción de la Tierra" que contiene poemas del gran poeta chino de la Dinastía Tang Li Po. Pero, en esta oportunidad, para nuestra sección de "La Música y el Escritor" citaremos el famoso adaggietto de su sinfonía nº5 (la única que es puramente instrumental)Primero es curioso tener en cuenta que quizás no se trate de las sinfonías mejor logradas por Gustav Mahler, pero que, a su vez, volvió constantemente, inclusive hasta un año antes de su muerte. El adaggietto; cuya fuerza dramática y también melancólica es de una intensidad indescriptible. A la vez que la música avanza hacia su punto culmine, uno va sintiendo el peso de lo vivido hasta que uno comprende que sólo nos espera la muerte y que su paciencia es infinita... A modo personal, diría que es el mejor adagio compuesto en la historia de la música porque ha interpretado como ningún otro el sentido del adagio en una composición de música clásica; el drama existencial del hombre ante un universo tan inmenso...Si algún día me muriese, me gustaría que fuese frente al mar de las playas de Carbourg con este adaggietto despidiendo el día; el mío...

Thomas Mann escribió "La Muerte en Venecia" en 1912. La historia gira alrededor de los días finales del escritor Gustav Von Aschenbach...Es curioso que su nombre es el mismo que el de Mahler (se sostiene que fue su inspiración) y el apellido concluye como el del compositor Johann Sebastian. Y aunque se ha hablado demasiado sobre la relación platónica-homosexual entre el protagonista y el niño Tadzio y que ha alcanzado también a la vida personal de Thomas Mann, es también una respuesta a la sinfonía nº 5 de Gustav Mahler como también una respuesta madura a su espléndida novela corta Tonio Kröger (1903),a la decadencia romántica de la belleza, el arte y del artista. Pues hemos elegido un fragmento de la película "Muerte en Venecia" de Luchino Visconti para ilustrar esta conglomeración de ideas, estéticas y, por último, como homenaje a Gustav Mahler; ese escritor sinfónico...

Taller Literario La Colmena

jueves, 26 de mayo de 2011

Vidas de escritores: Anthony Burgess



En una nueva entrega de "Vida de Escritores" nos acompaña Anthony Burgess. Un prolífico escritor de origen inglés que, llegó a escribir más de cincuenta libros abarcando diferentes estilos como el ensayo o el artículo, periodístico, pero que se hizo mundialmente famoso sólo por una novela "La Naranja Mecánica", gracias a la adaptación cinematográfica de Stanley Kubrick. Un autor que, similar a Thomas Mann o Marcel Proust, encarna el prototipo del compositor frustrado que traslada el lenguaje musical al literario. Sin embargo, en el caso de Anthony Burgess, su obsesión fue mayor e,inclusive, a componer infinidad de piezas musicales entre las que se valen destacar dos sinfonías. Su vida estuvo marcada por la tragedia que forjó el escritor que llevaba dentro, aunque, después del merecido éxito, encontró su lugar... ABBA ABBA

Taller Literario La Colmena

domingo, 22 de mayo de 2011

"Mientras escribo" de Stephen King

El nombre de este escritor está asociado a libros y películas de terror, ineludiblemente. 
Sin embargo, poco después de un grave accidente automovilístico, publicó esta especie de autobiografía, donde aborda el proceso de la escritura, propone un plan para desarrollarla y da consejos varios y muy prácticos a quienes quieren transitar el camino de las letras.

Un fragmento sobre la corrección de textos, como ejemplo:



"Ahora hablaremos de las revisiones. ¿Cuántas? ¿Cuántas versiones? En mi caso, la respuesta siempre ha sido dos versiones y una última mano. (Desde que existen los procesadores de textos, pulir se parece mucho a escribir la tercera versión.)
Ten presente que sólo hablo de mi manera de trabajar. De hecho, el proceso de reescritura cambia mucho de escritor a escritor. Kurt Vonnegut, por ejemplo, reescribía cada página de sus novelas hasta obtener punto por punto lo que quería. El resultado es que había días en que sólo terminaba una o dos páginas (y la papelera acababa llena de páginas setenta y uno y setenta y dos en forma de bolas), pero cuando estaba acabado el original también lo estaba el libro. Ya se podía componer. Aun así, creo en la existencia de una
serie de verdades que se aplican a casi todos los escritores, que son las que quiero abordar. Si ya hace tiempo que escribes, los consejos de esta sección te harán poca o ninguna falta, porque ya tendrás hecha tu rutina personal. En cambio, si eres un principiante, permíteme el siguiente consejo: no bajes de dos versiones, una con la puerta del estudio cerrada y otra con la puerta abierta.

En mi caso, cuando está cerrada la puerta y vierto directamente en la página lo que tengo en la cabeza, escribo todo lo deprisa que puedo pero sin agobiarme. Escribir narrativa, sobre todo larga, puede ser un trabajo difícil y solitario. Es como cruzar el Atlántico en bañera. Surgen muchas oportunidades de dudar de uno mismo. Si escribo con rapidez, desgranando la historia tal como acude a mi mente y retrocediendo lo justo para verificar los nombres de los personajes y las partes relevantes de sus antecedentes, consigo dos cosas: ser fiel al entusiasmo inicial y superar la duda que siempre está al acecho.
Esta primera versión, la que se centra exclusivamente en la historia, debería escribirse sin la ayuda (ni intromisión) de nadie.
Después de unos días es posible que te apetezca enseñar tu trabajo a algún amigo íntimo, sea por orgullo o por inseguridad.  (Lo habitual es que pienses en el que comparte cama contigo.) Te aconsejo encarecidamente que resistas al impulso. Mantén constante la presión. No la diluyas exponiendo lo escrito a la duda, el elogio o las preguntas, aunque sean bienintencionadas, de un habitante del «mundo exterior». Ya sé que es difícil, pero déjate arrastrar por la esperanza del éxito (y el miedo al fracaso). Luego, cuando hayas acabado, tendrás tiempo de sobra para enseñar el fruto... aunque opino que conviene ser cauto y concederse un tiempo de reflexión mientras la historia sigue siendo un campo de nieve virgen, sin huellas de nadie que no
seas tú.
El quid de escribir a puerta cerrada es que te obliga a concentrarte en la historia sin pensar en casi nada más. No puede preguntarte nadie: «¿Qué querías expresar con las últimas palabras de Garfíeld?», o «¿Qué sentido tiene el vestido verde?». Quizá no pretendieras expresar nada con las palabras que dice Garfield antes de morir, y es muy posible que Maura sólo lleve un vestido verde porque se le apareció así a tu ojo mental. Por otro lado, también es posible que ambas cosas tuviesen algún significado (o que lo adquieran cuando puedas mirar el bosque, no sólo los árboles). Ni en uno ni otro caso hay que planteárselo en la primera versión.
Otra advertencia: evita oír comentarios como «¡es buenísimo!» y correrás menos riesgos de relajarte y enfocar tu trabajo en algo equivocado, como en escribir virguerías en vez de contar bien la historia.

Supongamos que has acabado la primera versión. ¡Felicidades! ¡Así se trabaja! Tómate una copa de champán, pide una pizza por teléfono o haz lo que tengas por costumbre para celebrar las grandes ocasiones. Si tenías a alguien esperando impacientemente a leer tu novela (digamos que un cónyuge, alguien que quizá haya trabajado de nueve a cinco y que, mientras tú andabas en persecución de tu sueño, haya ayudado a pagar las facturas), llegó la hora de entregar la mercancía... a condición de que tu primer lector o primeros
lectores prometan no hablarle a nadie del libro hasta que estés dispuesto a comentarlo.
Sonará un poco prepotente, pero no lo es. Has trabajado mucho y necesitas un período de descanso (cuya duración dependerá del escritor). Tienen que reciclársete el cerebro y la imaginación (dos cosas relacionadas
pero no iguales), al menos en lo tocante a la obra recién terminada. Te aconsejo tomarte unos días de vacaciones (pesca, ve en barca o haz un puzzle), y después trabajar en otra cosa, con preferencia por algo más corto y que represente un cambio radical de dirección y ritmo respecto al libro que acabas de terminar. (Yo, entre versión y versión de algunas novelas largas como La zona muerta y La mitad oscura, he escrito relatos bastante buenos, como «El cuerpo» y «Alumno aventajado».)
El tiempo de descanso que le concedas al libro (como cuando amasan el pan, lo dejan reposar y vuelven a amasarlo) depende exclusivamente de ti, pero considero que no debería bajar de seis semanas. Durante ellas, el original descansará a salvo en un cajón de la mesa, criándose como un buen vino (o eso espero). Te acordarás de él con frecuencia, y es previsible que se repita diez o doce veces la tentación de sacarlo, aunque sólo sea para releer un fragmento que te ha dejado buen sabor de boca y revivir la sensación de saberse buen escritor.
Resiste a la tentación. Si no, lo más probable es que te parezca que el fragmento está peor de lo que pensabas, y que aproveches la ocasión para hacer unos cuantos retoques. Malo. Lo único peor sería que te pareciera mejor. Entonces pensarías: ¿por qué no vuelvo a leerme todo el libro de un tirón? ¡A él, a trabajar! ¡Pero si ya está! ¡Qué cojonudo! ¡Ni Shakespeare, oye! Pero no eres Shakespeare, ni estarás preparado para volver al proyecto anterior mientras no te hayas volcado tanto en uno nuevo (o en reanudar la
vida cotidiana) que casi se te haya olvidado el bien (muy poco raíz) que durante tres, o cinco, o siete meses te ocupó tres horas de cada mañana o tarde. 
Cuando haya llegado el día de la corrección (que puedes haber marcado en el calendario), saca el original del cajón. Si parece una reliquia comprada en unos encantes que ni recuerdas, si te parece algo rarísimo, es que estás preparado. Siéntate con la puerta cerrada (pronto, muy pronto la abrirás al mundo) y coge un lápiz y una libreta. Después lee entero el original. Si puedes, léelo de un tirón. (Es evidente que si el libro tiene

cuatrocientas o quinientas páginas no podrás.) Haz todos los apuntes que te apetezca, pero concéntrate en las simples faenas del hogar, como corregir la ortografía y encontrar incoherencias. Habrá muchas. El único que lo hace todo bien a la primera es Dios, y el que pase de todo y se lo deje al corrector, ése es
un dejado. Si es la primera vez, releer el libro después de seis semanas será una experiencia extraña y en muchos casos estimulante. Lo has hecho tú, te reconocerás y hasta te acordarás de lo que tenías puesto en el equipo de música al escribir algunas líneas, pero al mismo tiempo tendrás la sensación de estar leyendo la obra de otra persona, quizá un alma gemela. Así tiene que ser. Es la razón de haber esperado tanto. Matar a los seres queridos de otra persona siempre es más fácil que matar a los propios.
Otra ventaja de haberte concedido seis semanas de recuperación es que te saltarán a la vista las lagunas más flagrantes de la trama o los personajes. No digo charcos, ¿eh? Me refiero a auténticas lagunas. Parece increíble lo que puede llegar a pasársele por alto a un escritor enfrascado en la tarea diaria de redactar. Pero ojo: si localizas alguna, te prohibo terminantemente deprimirte o flagelarte. Todo el mundo la caga alguna vez. Dicen que el arquitecto del edificio Flatiron, de Nueva York, se suicidio porque justo antes de la ceremonia de inauguración se dio cuenta de que se le había olvidado poner servicios de caballeros en su rascacielos prototípico. Dudo que la anécdota sea verídica, pero te recuerdo una cosa: el Titanic lo diseñó alguien, y dijo que no podía hundirse.
En mi caso, los errores más garrafales que encuentro al releer están relacionados con la motivación de los personajes (que tiene que ver con su desarrollo, pero no es del todo lo mismo). Al verlos me doy un golpe en la cabeza, cojo la libreta y apunto algo así: «p. 91: Sandy Hunter roba un dólar de donde guarda Shirley el dinero, ¿Por qué? ¡Si sería incapaz» También marco la página del original con un símbolo ^ grande, que significa que hay que quitar o corregir cosas y me recuerda que consulte mis apuntes si no me acuerdo de los detalles exactos.
Es una parte de la revisión que me encanta (la verdad es que todas, pero ésta un poco más), porque redescubro mi propio libro y suele gustarme. Eso al principio. Cuando llega el libro a la imprenta, lo he repasado como mínimo una docena de veces, me sé de memoria párrafos enteros y me muero de ganas
de quitarme el tocho de encima. Pero no adelantemos acontecimientos. La primera relectura suele ir bien.

Durante ella, la parte superior de mi cerebro piensa en la historia y en todo lo relacionado con la caja de herramientas: quitar pronombres cuyo antecedente no esté claro (odio los pronombres y desconfío de ellos; son tan chanchulleros como algunos abogados especialistas en indemnizaciones), añadir expresiones que aclaren el sentido y, claro está, eliminar por sistema los adverbios que puedan quitarse (que nunca son todos, ni suficientes).
Por debajo, en cambio, me hago la gran pregunta, la mayor de todas: ¿es coherente la historia? Y si lo es, ¿cómo convertir lo coherente en música? ¿Qué elementos recurrentes hay? ¿Se enlazan formando un tema? Me pregunto, en resumen, de qué va el libro, y qué puedo hacer para que queden todavía más claras las preocupaciones de fondo. Mi máxima meta es la «resonancia», algo que perdure un poco en la mente (y el corazón) del lector después de haber cerrado el libro y haberlo colocado en la estantería. Busco maneras de conseguirlo sin darlo todo masticado ni vender mi primogenitura por un argumento con mensaje. Los mensajes, las moralejas, que se las metan donde les quepan. Yo lo que quiero es resonancia. Busco, sobre todo, lo que he querido decir, porque en la segunda redacción añadiré escenas e incidentes que refuercen el sentido. También borraré lo que se disperse. Esto último seguro que abunda, sobre todo hacia el principio de la historia, que es donde tengo tendencia a ser más errático. Dar bandazos es incompatible con mi
intención de conseguir algo parecido a un erecto unitario. Una vez concluida la relectura, y hechas todas las revisioncitas, llega la hora de abrir la puerta y enseñar lo que he escrito a cuatro o cinco amigos íntimos que hayan demostrado buena disposición."

viernes, 20 de mayo de 2011

Vidas de escritores: Walt Whitman (Incluye el poema "Oigo cantar a América" recitado por Bob Dylan)



Edgar Allan Poe es considerado el padre de la narrativa moderna, Herman Melville es considerado el padre de la novela moderna y, Walt Whitman de quien nos ocupamos en esta oportunidad en "Vidas de Escritores", es considerado el padre de la poética moderna. Una figura influyente, no sólo en el campo literario, si no también en el ámbito de la cultura popular de los Estados Unidos y el mundo. Su personalidad influyó a músicos de la talla de Bob Dylan, cuyas composiciones como "Desolation Row" o "I Shall be Released", están decididamente influenciadas por la poética de Walt Whitman. Por no nombrar a Jim Morrison, cuyas odas americanas eran muy similares a las que una vez imaginó Walt Whitman. Mientras que, en la literatura, su aporte es incalculable. Autor obsesionado con una sola obra "Hojas de Hierba" a la que le dedicó treinta y tres años de su vida. Desde su primera publicación de doce poemas y costeada por él mismo hasta alcanzar un total de cuatrocientos poemas en reediciones posteriores. Por muchos críticos especializados es considerada una obra canónica y fundamental en la historia de la literatura, a la misma altura que la dramaturgia de William Shakespare o las novelas de Miguel de Cervantes Saavedra. Su composición, alejada del clasicismo conocido hasta entonces, le abrió las puertas a autores como Ezra Pound, TS Eliot o E.E Cumminngs, quienes siempre se sintieron en deuda con el poeta. Fue la versión americana de Arthur Rimbaud, pero no tan escandalosa aunque igual de liberal con su prosa y sus recurrentes temáticas. Fue el primer autor que ilustró la portada de su primera edición con una foto propia en la que se mostraba como un hombre común. Fue el poeta errante que una vez describió Antonio Machado, el poeta redimido que una vez imaginó San Agustín y el poeta solitario, cuyo adjetivo compartiría con Fernando Pessoa; sin embargo, desde su muerte, es el poeta de todos nosotros.

Taller Literario La Colmena


A continuación, un cierre de lujo: Bob Dylan lee el poema I Hear American Singing de Walt Whitman y, debajo del enlace, el poema traducido al español.

http://youtu.be/JB1WCwE9UKg

Oigo Cantar a América


Oigo cantar a América; tonadas variadas oigo.

Las de los mecánicos alegres y fuertes;
la del carpintero, que entona la suya mientras mide la tablas y las vigas;
la del albañil que canta la suya aprestándose a trabajar o a dejar ya el trabajo;
la del botero que canta a cuanto le pertenece en el bote y la del estibador que canta en la cubierta del vapor;
la del zapatero, que canta al sentarse ante su banco y la del sombrerero, que entona de pie la suya;
la canción del leñador, y la del labrador que se encamina al trabajo por la mañana, para dejarlo al mediodía o a la puesta del sol;
la deliciosa nana de la madre, de la joven trabajadora y de la obrerita que cose o lava.

Cada uno de ellos canta lo que a él o ella le pertenece. Nada más.
El día lo que al día pertenece; por la noche, la reunión de jóvenes compañeros, robustos, amistosos,
canta a plena voz sus fuertes y melodiosos cantos.

Walt Whitman

domingo, 15 de mayo de 2011

Especial de Ernesto Sábato 3: Sus influencias, Fjodor Dostojevskij



En una nueva entrega del Especial de Ernesto Sábato, nos vamos a referir a sus influencias literarias. Una de ellas fue la literatura rusa de fines del siglo diecinueve y que tiene, entre sus mayores exponentes a Nikolaj Gogol y a Fjodor Dostojevskij, quienes, al igual que el escritor argentino, exploraron incansablemente los misterios que rodeaban al alma humana y, a través de sus obras, quisieron responderse los interrogantes que había alrededor de la esencia del ser humano. En esta ocasión presentamos un documental sobre la vida del autor de Memorias del subsuelo producido por el History Channel. Vale la pena hacer referencia del trato que se le da a su biografía, como si se tratase de una estrella de cine o de rock. Sin embargo, más allá de su estética pueril, tal vez para que llegue a más personas que, en un principio no estén interesadas en la literatura(esfuerzo más que elogiable) nos introduce en el mundo del genial autor. Fue el primer escritor en retratar el realismo social desde su primera obra "Pobres Gentes". El prototipo del escritor sufrido que el mismo se forjó, no sólo inspiró al citado Ernesto Sábato, sino también a Franz Kafka, Bruno Schulz y Vriginia Woolf entre otros. También fue un precursor del existencialismo gracias a los aportes novelísticos de El Idiota o Crimen y Castigo, influyendo enormemente en el pensamiento de Jean Paul Sartre y Albert Camus. Es un documental introductorio ideal para aquellos que no lo conocen y, para quienes ya lo han leído o empiezan a escribir, más allá de las limitaciones que presenta la emisión, nos hace tomar conciencia sobre el rol del literato en la sociedad y,aunque no hay que sufrir para escribir obras importantes, si resulta esencial comprender nuestro destino.

Taller Literario La Colmena

sábado, 14 de mayo de 2011

Vidas de escritores: Marcel Proust



En esta nueva sección que inauguramos hoy "Vidas de escritores" volvemos una vez más al genial escritor francés Marcel Proust. Este es un documental titulado "Marcel Proust, la vida de un escritor", es una producción franco-americana de 1993 dirigida por Sarah Mondale y que también cuenta con la participación de uno de sus biógrafos más respetados en el mundo prousiano,William C. Carter. Aunque es una versión bastante resumida de casi una hora de duración, nos permite acercarnos a la figura del escritor y, sobre todo, es muy recomendable para aquellos que no lo conocen lo suficiente o siempre vieron con temor los tomos de su obra magna sobre los estantes de una librería sin nunca animarse a comprarlos. No es ningún pecado, a mí mismo me sucedió; tardé cuatro años en decidirme a leerlo, pero desde ese momento, no sólo se convirtió en uno de mis autores de cabecera, sino también, en el escritor de quien más he leído y estudiado hasta el momento. A su vez, volviendo al contenido del documental, cuenta con valiosos testimonios de archivo como los de su ama de llaves Celeste Albaret y de la princesa Soutzo con quien compartió numerosas veladas en el Hotel Ritz durante la Primera Guerra Mundial.

Taller Literario La Colmena

domingo, 8 de mayo de 2011

Conversando con Abelardo Castillo


"- ¿Un escritor debería tener el suficiente narcisismo como para escribir, y la humildad necesaria como para no tomarse muy en serio?
 - Creo que uno de los peores defectos de los escritores es que nos tomamos demasiado en serio. Lo que hay que tomar en serio es la literatura, no tomarse en serio a uno mismo. ¿Cómo tomarse en serio al escribir teatro, por ejemplo, si se piensa que ya escribió Shakespeare o que existieron los trágicos griegos? Mejor conservar la calma, escribir lo que se pueda, y después, lo que opinen de vos o lo que llegues a ser, ya lo decidirá el tiempo...
 - De todas maneras, usted no parece una persona demasiado modesta.
 - Tengo mis días megalómanos, pero creo no estar afectado por esa locura que les hace soñar a ciertos escritores que son seres extraterrestres, únicos bajo la Luna. Un escritor es un hombre como todos los demás, o hasta peor que los demás, alguien que tiene a veces muchas culpas que pagar y que por eso escribe. Escribir es un destino como cualquier otro.
- ¿Está seguro?
- Sí. Y creo que si algún día dejara de escribir no se me movería un pelo.
- ¿Está seguro?
- No... La verdad que no. Lo que quiero decir es que si dejara de escribir es porque estaría haciendo otra cosa. Claro que, si queriendo escribir, sintiendo la necesidad de escribir, no pudiera, bueno, entonces me parece que lo tomaría con menos parsimonia. Pero si no escribo y al mismo tiempo no siento la necesidad de hacerlo, ¿dónde está el problema? Me planteo únicamente mi relación con la literatura cuando quiero escribir y no puedo. Ése si es un problema.
- Los buenos escritores siempre empiezan por considerarse buenos lectores. ¿Es modestia o una forma disimulada de vanidad?
- No sé. Yo creo ser un buen lector y un hombre que, hablando en general, escribe. Que escribe lo que puede. Para mí la literatura no son mis libros. La literatura siguen siendo los libros de Tolstoi, de Proust, de Lowry, de Kafka, de Rulfo, de Beckett, de Faulkner... Cuando pienso en la literatura argentina pienso en Sarmiento, en José Hernández, en Benito Lynch, en Marechal, en Borges, en Arlt, en Sábato, en Bioy, en Cortázar, incluso en unos cuantos contemporáneos de mi edad, no en mí. Quiero conservar la ingenuidad de la adolescencia, eso de leer un libro, quedar fascinado y querer llamar al autor, si está vivo, y si no, leer su biografía para saber cómo era, y espero no perderla nunca."

Fragmento del libro "El oficio de mentir" - Conversaciones de Abelardo Castillo con María Fasce - Editorial Emecé (1998)

sábado, 7 de mayo de 2011

Especial de Ernesto Sábato 2: El Túnel



El párrafo de su primera novela "El Túnel" que hemos elegido para homenajearlo, es considerado por muchos, como, no sólo uno de los mejores comienzos de una novela (al menos del siglo veinte en Argentina y Latinoamérica) si no también, como un ejemplo crucial a la hora de sentarse a escribir una historia, donde, en pocas líneas, se concentra el ABC para estructurar un relato. La primera línea: Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne; supongo que el proceso está en el recuerdo de todos y que no se necesitan mayores explicaciones sobre mi persona. Primero vamos a detenernos en la elección de los nombres de los protagonistas que hemos marcado en negro. Juan Pablo Castel, tiene la particularidad de ser un nombre común, surgido del anonimato absoluto, pero por otra parte, es un nombre propicio para el mundo de las artes... Un asesino que surgió de la nada y un pintor reconocido por sus pinturas; primer gran acierto del escritor. María Irribane, un nombre como tantos otros que visitan pinacotecas y un apellido que incita a la obsesión; imborrable. Puedo citar un ejemplo personal que, durante mi niñez me había provocado una inquietud similar, "la desaparición de la doctora Cecilia Giubileo". Un nombre delicado para una mujer, un apellido que encierra en sí un misterio indescifrable. Me parece importante marcar una contraposición entre nombre y apellido de un personaje porque indica el génesis de las contradicciones, las pasiones y de las dos tensiones opuestas que conforman un conflicto.

Cuando en el párrafo siguiente, el personaje nos da su punto de vista sobre el recuerdo, el olvido, el pasado y la naturaleza del individuo; por sus palabras, no necesitamos ningún adjetivo para describir ningún apecto físico y psíquico de Juan Pablo Castel porque toda su esencia se encuentra en ese discurso preliminar. Una tarea ardua, pero que nos evita caer en palabras tales como "tormentoso", "alto y encorvado" "trastornado"...

No hay descripción espacio-temporal; un condenado no tiene sitio y su tiempo transcurre infinitamente igual. No vale la pena gastar tinta para describir su rutina, sus pesares y sus miedos propios del ser encerrado. El encierro es invisible a los ojos de quienes disfrutan su libertad, sólo es percibida por el que cumple la pena. Entonces su descripción es vana porque el lector no es Juan Pablo Castel....

Taller Literario La Colmena

Aquí el fragmento...

Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne; supongo que el
proceso está en el recuerdo de todos y que no se necesitan mayores explicaciones sobre mi
persona.
Aunque ni el diablo sabe qué es lo que ha de recordar la gente, ni por qué. En realidad,
siempre he pensado que no hay memoria colectiva, lo que quizá sea una forma de defensa de la
especie humana. La frase "todo tiempo pasado fue mejor" no indica que antes sucedieran menos
cosas malas, sino que —felizmente— la gente las echa en el olvido. Desde luego, semejante frase no
tiene validez universal; yo, por ejemplo, me caracterizo por recordar preferentemente los hechos
malos y, así, casi podría decir que "todo tiempo pasado fue peor", si no fuera porque el presente me
parece tan horrible como el pasado; recuerdo tantas calamidades, tantos rostros cínicos y crueles,
tantas malas acciones, que la memoria es para mí como la temerosa luz que alumbra un sórdido
museo de la vergüenza. ¡Cuántas veces he quedado aplastado durante horas, en un rincón oscuro
del taller, después de leer una noticia en la sección policial!. Pero la verdad es que no siempre lo más
vergonzoso de la raza humana aparece allí; hasta cierto punto, los criminales son gente más limpia,
más inofensiva; esta afirmación no la hago porque yo mismo haya matado a un ser humano: es una
honesta y profunda convicción. ¿Un individuo es pernicioso?. Pues se lo liquida y se acabó. Eso es lo
que yo llamo una buena acción. Piensen cuánto peor es para la sociedad que ese individuo siga
destilando su veneno y que en vez de eliminarlo se quiera contrarrestar su acción recurriendo a
anónimos, maledicencia y otras bajezas semejantes. En lo que a mí se refiere, debo confesar que
ahora lamento no haber aprovechado mejor el tiempo de mi libertad, liquidando a seis o siete tipos
que conozco.
Que el mundo es horrible, es una verdad que no necesita demostración. Bastaría un hecho
para probarlo, en todo caso: en un campo de concentración un ex pianista se quejó de hambre y
entonces lo obligaron a comerse una rata, pero viva.
No es de eso, sin embargo, de lo que quiero hablar ahora; ya diré más adelante, si hay
ocasión, algo más sobre este asunto de la rata.

Especial de Ernesto Sábato 1: Introducción a Héroes y Tumbas



Esta es una composición de Astor Piazzolla, uno de sus músicos más admirados, basada en su novela "Sobre Héroes y Tumbas" que, además, cuenta con la lúgubre voz de Ernesto Sábato leyendo el comienzo de su obra más recordada. La intención original había sido incluirla en un espectáculo coreográfico y teatral que nunca se llevó a cabo. Esta magnífica pieza musical forma parte del álbum "Tango Contemporáneo" de Astor Piazzolla y editado en 1963.

Taller Literario La Colmena