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domingo, 20 de marzo de 2011

Pequeños fragmentos, grandes obras: Marcel Proust


En esta nueva sección que inauguramos hoy "Pequeños fragmentos, grandes obras", tenemos el agrado de presentarles a Marcel Proust, quien ya nos acompañó en "la frase de la semana" y "La Música y El Escritor". Aquí presentamos un exquisito fragmento de "El Tiempo Recobrado" de su obra inmortal "En Busca del Tiempo Perdido" y, que me voy a atrever a subtitular "Lo que yo quería escribir", así comienza este párrafo sobre el destino que, sin darse mucha cuenta, se va trazando un escritor. El texto no tiene desperdicio, ni siquiera la última coma...

Taller Literario La Colmena                                                    


Lo que yo quería escribir era otra cosa, otra cosa más larga y para más de una persona.
Más larga de escribir. Por el día, lo más que podía hacer era intentar dormir. Si trabajaba,
sería sólo de noche. Pero necesitaría muchas noches, quizá cien, acaso mil. Y viviría con
la ansiedad de no saber si el Árbitro de mi destino, menos indulgente que el sultán
Sheriar, por la mañana, cuando interrumpiera mi relato, se dignaría aplazar la ejecución
de mi sentencia de muerte y permitirme continuarlo la próxima noche. No es que yo
pretendiese volver a hacer, en ningún aspecto, Las mil y una noches, ni tampoco las
Memorias de Saint-Simon, escritas las dos también de noche, ni ninguno de los libros que
me gustaban en mi inocencia de niño, supersticiosamente apegado a ellos, mis amores, no
pudiendo imaginar sin horror una obra diferente de ellos. Pero, como Elstir Chardin, sólo
renunciando a ello se puede rehacer lo que se ama. Sería un libro tan largo como Las mil y una noches, pero muy diferente. Desde luego, cuando estamos enamorados de una
obra quisiéramos hacer algo muy parecido, pero tenemos que sacrificar nuestro amor del
momento, no pensar en nuestro gusto, sino en una verdad que no nos pregunta nuestras
preferencias y nos prohíbe pensar en ellas. Y solamente siguiendo esta verdad se
encuentra a veces lo que se ha abandonado y se escribe, olvidándolos, los «Cuentos
árabes» o las «Memorias de Saint-Simon» de otra época. Pero ¿me quedaría tiempo? ¿No
sería demasiado tarde?

No me decía sólo: «¿Me quedará tiempo?», sino: «¿Puedo hacerlo?» La enfermedad,
que, como un inexorable director de conciencia, me hacía morir para el mundo, me hizo
un servicio («pues si la semilla del trigo no muere una vez sembrada, quedará sola, pero
si muere dará muchos frutos»): la enfermedad que, después de haberme protegido la
pereza contra la facilidad, iba quizá a protegerme contra la pereza, la enfermedad había
gastado mis fuerzas y, como había observado desde hacía tiempo, especialmente cuando
dejé de amar a Albertina, las fuerzas de mi memoria. Ahora bien, la recreación por la
memoria de las impresiones en las que luego había que profundizar, que había que
esclarecer, que transformar en equivalentes de inteligencia, ¿no era acaso una de las
condiciones, casi la esencia misma de la obra de arte tal como la concibiera un momento
antes en la biblioteca? ¡Ah, si yo tuviera todavía las fuerzas que estaban aún intactas en la
fiesta que entonces evoqué al ver François le Champi!De aquella fiesta, donde mi madre
abdicó, databa, con la muerte lenta de mi abuela, la declinación de mi voluntad, de mi
salud. Todo se decidió en el momento en que no pudiendo ya soportar la espera hasta el
día siguiente para posar los labios en el rostro de mi madre, me decidí, salté de la cama y,
en camisón, me fui a instalar a la ventana por donde entraba la luz de la luna hasta que oí
marcharse a monsieur Swann. Mis padres le habían acompañado, oí abrirse la puerta del
jardín, sonar la campanilla, volver a cerrarse...

Entonces pensé de pronto que si tenía aún fuerzas para realizar mi obra, aquella fiesta
que -como antaño en Combray ciertos días que influyeron sobre mí- me dio, hoy mismo,
a la vez la idea de mi obra y el miedo de no poder realizarla, marcaría ciertamente ante
todo en ésta la forma que antaño presentí en la iglesia de Combray, y que, habitualmente,
nos es invisible, la del Tiempo.