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sábado, 30 de abril de 2011

En recuerdo de Sábato

Un fragmento de su libro "La resistencia" (2000)




"En la vida existe un valor que permanece muchas veces invisible para los demás, pero que el hombre escucha en lo hondo de su alma: es la fidelidad o traición a lo que sentimos como un destino o una vocación a cumplir.
El destino, al igual que todo lo humano, no se manifiesta en abstracto sino que se encarna en alguna circunstancia, en un pequeño lugar, en una cara amada, o en un nacimiento pobrísimo en los confines de un imperio.
Ni el amor, ni los encuentros verdaderos, ni siquiera los profundos desencuentros, son obra de las casualidades, sino que nos están misteriosamente reservados. ¡Cuántas veces en la vida me ha sorprendido cómo, entre las multitudes de personas que existen en el mundo, nos cruzamos con aquellas que, de alguna manera, poseían las tablas de nuestro destino, como si hubiéramos pertenecido a una misma organización secreta, o a los capítulos de un mismo libro! Nunca supe si se los reconoce porque ya se los buscaba, o se los busca porque ya bordeaban los aledaños de nuestro destino."


(...)

"He olvidado grandes trechos de la vida y, en cambio, palpitan todavía en mi mano los encuentros, los momentos de peligro y el nombre de quienes me han rescatado de las depresiones y amarguras. También el de ustedes que creen en mí, que han leído mis libros y que me ayudarán a morir."

Pequeños fragmentos, grandes obras: Thomas Mann


En una nueva entrega de "Pequeños fragmentos, grandes obras", tenemos el agrado de presentar al inmenso escritor novel Thomas Mann, nacido en Lubeck y que, a sus tempranos veintiséis años, revolucionó el mundo literario con la novela "Buddenbrook" que narra la decadencia de la familia burguesa que le da el título a la obra. Muchas veces he imaginado que el oficio de escribir era muy similar a un partido de tenis, donde el escritor enfrentaba a la ficción del otro lado de la red y, partiendo de esta peculiar comparación, pienso que Thomas Mann era ese tenista perfecto. Un jugador comparable a Roger Federer por sus movimientos de piernas y a Ivan Lendl por su frialdad. En esta oportunidad, les presento un fragmento de su novela "La Montaña Mágica" donde el protagonista Hans Castorp le pide un lápiz a Clawdia Chauchat y, cómo esa situación trascendental para Hans es tratado por la pluma de Thomas Mann con una distancia admirable que, justamente, hace del texto, en su contraste, una obra maestra...

Taller Literario La Colmena


Hans Castorp miraba por encima del hombro de
Joachim a uno de los dibujantes y se apoyaba en el
hombro de su primo; sujetándose la barbilla con la
mano y teniendo la otra en la cadera, hablaba y reía. Y
también quería dibujar; reclamó en voz alta y obtuvo el
lápiz, un trozo que apenas podía coger con los dedos.
Protestó contra aquella colilla con la cara elevada hacia
el techo. Protestó en voz alta y maldijo la insuficiencia
del lápiz mientras dibujaba con mano rápida un
monstruo verdaderamente espantoso, primero sobre el
cartón y luego terminándolo sobre el mantel.
—Esto no vale —exclamó en medio de las risas— ,
no se puede dibujar con semejante trasto. ¡Que se vaya al diablo!—Y arrojó el trozo de lápiz culpable dentro
de la copa de ponche—. ¿Quién tiene un lápiz decente?
¿Quién quiere prestarme uno? He de dibujar otra vez.
¡Un lápiz, un lápiz!¿Quién tiene uno? —exclamó
volviéndose a todas partes, con la mano izquierda
apoyada en la mesa y agitando la derecha. No pudo
obtener ninguno. Entonces se volvió y se dirigió a la
habitación de al lado, hacia Clawdia Chauchat, que se
hallaba de pie, como él sabía perfectamente, cerca de la
puerta del pequeño salón, y que desde allí observaba
sonriente la agitación en torno a la mesa de ponche.
Detrás de él oyó llamar en palabras sonoras y
extranjeras.
—Eh!Ingegnere!Aspetti!Che cosa fa? Ingegnere!
Un
po di ragione, sa!Ma è matto questo ragazzo!
Pero esta vez quedó perdida, y se vio entonces a
Settembrini, con el brazo levantado por encima de la
cabeza y los dedos separados —ademán usado en su
país cuando no es fácil expresar el sentir— al mismo
tiempo que lanzaba un «¡Eh...!» prolongado, salir de la
sala del Carnaval.
Hans Castorp se hallaba de pie, mirando de muy
cerca el epicanto azul gris verde de aquellos ojos
hundidos sobre los pómulos salientes, y dijo:
—¿No tendrías, por casualidad, un lápiz?
Estaba pálido como la muerte, tan pálido como
cuando, manchado de sangre, regresó de su paseo
solitario y entró a escuchar la conferencia. El sistema de
nervios y vasos que regía su rostro funcionó de tal
manera que la piel, exangüe, se arrugó, la nariz apareció
más puntiaguda y la parte situada bajo los ojos adquirióel aspecto plomizo de un cadáver. Pero el nerviosimpático hacía latir el corazón de Hans Castorp de talmanera que ya no podía hablarse de una respiración
regular, y los escalofríos recorrían su cuerpo debido a
las glándulas que se contraían al mismo tiempo que las
raíces de los cabellos.
La mujer del tricornio de papel le miró de arriba
abajo con una sonrisa que no revelaba piedad alguna ni
inquietud ante aquella cara desencajada. Ese sexo no
conoce tal piedad ni inquietud ante los destrozos de la
pasión, de este elemento que por lo visto le es mucho
más familiar que al hombre, el cual, por naturaleza, no
puede soportarlo. Y esto produce a la mujer, cuando lo
comprueba, una satisfacción burlona y maligna. Por lo
demás, él no se preocupaba de mover a piedad ni de
despertar inquietud alguna.
—¿Yo? —contestó la enferma de los brazos
desnudos al «tú»—. Sí, tal vez. —Y había, a pesar de
todo, en su sonrisa y en su voz un poco de esa emoción
que se produce cuando, después de largas relaciones
mudas, es pronunciada la primera palabra, una emoción
maliciosa que hacía entrar secretamente el pasado en el
instante presente.
—Eres muy ambicioso... Estás lleno de celo... —
continuó diciendo con su acento exótico, con su «r»
extranjera, su «e» extranjera y demasiado abierta,
mientras su voz, ligeramente velada, agradablemente
ronca apoyaba el acento sobre la segunda sílaba de la
palabra «ambicioso», lo que terminaba de hacerla
parecer exótica. Metió la mano en el bolsillo y buscó el
objeto. Sacó de debajo de un pañuelo un minúsculo
lapicero de plata, delgado y frágil, un pequeño artículo
de fantasía que apenas podía servir para nada. El lápiz
de otro tiempo, el primero, había sido al menos más
manejable y útil.
—Voilà —dijo ella, y se puso el pequeño lapicero
ante sus ojos sosteniéndolo por la punta y haciéndolo
girar lentamente entre el dedo pulgar y el índice.
Hacía como si se lo ofreciese y negase al mismo
tiempo, y él entonces hizo ademán de cogerlo, es decir,
elevó la mano hasta la altura del lápiz, con los dedos
dispuestos a asirlo, pero sin llegar a cogerlo
completamente, y desde el fondo de sus ojos color de
plomo, su mirada pasaba alternativamente del objeto al
rostro tártaro de Clawdia. Sus labios, exangües,
permanecían entreabiertos, inmóviles, y no se sirvió de
ellos para hablar cuando dijo:
—Ya sabía que tú tenías un lápiz.
—Prenez garde, il est un peu fragile —dijo ella—.
C'est à visser, tu sais.
Sus dos cabezas se inclinaron y ella le enseñó el
mecanismo del lápiz, un mecanismo completamente
corriente. Se hacía girar la tuerca y entonces aparecía en
la punta una delgada mina de plomo, puntiaguda como
un alfiler, probablemente dura y que apenas debía
marcar.
Permanecían inclinados el uno hacia el otro. Él iba
vestido para la velada, llevaba el cuello almidonado y
pudo, por lo tanto, apoyar en él su barbilla.
—Pequeño, pero tuyo —dijo él, con la frente muy
próxima a la de ella, hablando hacia el lápiz y sin mover
los labios.
—Oh, ¿tienes incluso ingenio? —dijo ella con una
risa breve, abandonándole el lápiz. (Por otra parte, Dios
sabe si él podía mostrarse ingenioso, pues con toda
evidencia ya no tenía una sola gota de sangre dentro de
la cabeza)—. Bueno, vete; dibuja, dibuja; dibuja bien y
distínguete de los demás.
Parecía que quería alejarle.
—No. Tú debes dibujar también. Es preciso que
dibujes —dijo él dando un paso hacia atrás.
—¿Yo? —preguntó ella con una sorpresa que
parecía referirse a otra cosa que a aquella proposición.
Sonreía, ligeramente turbada. Permaneció inmóvil, pero
luego siguió el movimiento de retroceso de Hans
Castorp, que parecía magnetizarla, y dio unos pasos
hacia la mesa del ponche.
Pero el interés del juego había decaído, estaba ya
próximo a expirar. Algunos aún dibujaban, pero ya no
tenían espectadores. Las tarjetas estaban cubiertas de
garabatos, todos habían manifestado su incapacidad, y
la mesa estaba abandonada.

domingo, 24 de abril de 2011

Pequeños fragmentos, grandes obras: Elias Canetti


En una nueva entrega de la sección "Pequeños fragmentos, grandes obras", tenemos el agrado de presentar al escritor nobel Elias Canetti. Nacido en Rustschuk, ciudad del antiguo Imperio Otomano que ahora pertenece a Bulgaria. Hablaba el búlgaro, el sefradí y el alemán, adoptando esta última para escribir. Su apellido provenía de Cañete, un pueblo cerca de Cuenca en España. Autor de un sólo libro de ficción que publicaremos aquí un fragmento, Auto de Fe, editado en el año 1936. El libro está dedicado a su esposa, la también escritora Vezza Canetti; tal vez una de las autoras más importantes por la calidad de sus textos a mediados del siglo pasado después de Virginia Woolf. Esta novela narra la historia de Peter Kien, un erudicto de la literatura y filosofía china que un día decide casarse con su ama de llaves Teresa Krumbholz y, de una manera compleja y cautivante, analiza profundamente el choque entre el mundo de la cultura y el mundo de la calle, el interior y el exterior, el de la razón y el de los sentimientos.

Taller Literario La Colmena

Ocho años antes puso Kien el siguiente anuncio en el periódico“Erudito con biblioteca de excepcionales dimensiones busca ama de llaves responsable. Presentarse solamente personas de mucho carácter. Gentuza volará escaleras abajo. Asunto sueldo, secundario.” Teresa Krumbholz tenía por entonces un buen puesto, en el que siempre había estado a gusto. Cada día, antes de preparar el desayuno a sus amos, se leía entera la página de anuncios del periódico para saber lo que ocurría en el mundo. No estaba dispuesta a terminar su vida con esa familia ordinaria. Todavía era una mujer joven, 48 años por cumplir, y hubiera preferido trabajar con algún caballero solo. Una se organiza mejor en todo: con las mujeres no hay manera de entenderse. Pero tampoco pensaba dejar un puesto seguro de buenas a primeras. Seguiría en él mientras no supiera con quién iba a tratar. Conocía las mentiras que publican los diarios y las montañas de oro que se les promete a las mujeres serias. Pero a una la violan no bien pone el pie en la casa. Hace ya 33 años que anda sola por el mundo y eso nunca le ha pasado. Tampoco le pasará: sabe cuidarse muy bien. Esta vez, el anuncio atrajo poderosamente su atención. Se detuvo en las palabras “Asunto sueldo, secundario” y releyó varias veces, comenzando por el final, las frases impresas en gruesos caracteres. El tono la impresionó: ése era un hombre. La halagaba presentarse como persona de mucho carácter. Vio volar a la gentuza escaleras abajo, alegrándose sinceramente de su suerte. En ningún momento temió que la trataran como tal. A la mañana siguiente, se presentó a primera hora -sobre las siete- en casa de Kien, quien la hizo entrar al vestíbulo y declaró de inmediato:

-Me he prohibido expresamente recibir gente extraña en mi apartamento. ¿Está usted en condiciones de hacerse cargo de la biblioteca?La examinó con una mirada penetrante y recelosa. No quería formarse una opinión sobre ella antes de oír su respuesta.

-Pero oiga, ¿por quién me toma?Desconcertada por su brusquedad, le dio una respuesta en la que él no halló nada que objetar.

-Será bueno que sepa -dijo él- por qué despedí a mi última ama de llaves. Desapareció un libro de mi biblioteca. Lo hice buscar por toda la casa y no volvió a aparecer. Me vi obligado a despedirla en el acto. -Indignado, guardó silencio un instante-. Espero que lo entienda -añadió finalmente, como si le hubiera exigido demasiado a su inteligencia.

-Tiene que haber orden -replicó ella en el acto. Lo había desarmado. Con gesto solemne la invitó a pasar a la biblioteca. Ella avanzó discretamente hasta el primer cuarto y esperó.

-Su zona de actividades -dijo él en tono seco y grave-. Cada día hay que sacudir una habitación de arriba abajo. Al cuarto día habrá acabado. Al quinto volverá a empezar por la primera. ¿Podrá hacer este trabajo?

-Servidora.

Kien volvió a salir, abrió la puerta del apartamento y le dijo: Hasta luego. Empezará hoy mismo.


sábado, 23 de abril de 2011

Recursos de escritura: El presente intemporal

La utilización del tiempo presente tiene como finalidad, en parte, establecer un equivalente del modo narrativo cinematográfico
John Updike

"La narrativa moderna y el llamado Nuevo Periodismo permiten el uso del presente como tiempo central de todo el texto.
Escribir en presente es cuidar que los verbos referidos a acciones pasadas aparezcan en presente y den más vida al relato. El recurso genera, además, otras condiciones de producción: da nuevos elementos para escribir. Cuando redactamos en pasado, transcribimos el recuerdo tal como permanece archivado en nuestro plano consciente, a lo sumo, agregamos algún detalle. Todo aparece ya armado, inamovible.
Cuando escribimos en presente, otra vez escenificamos dentro de nosotros la situación, provocamos algún tipo de emoción y facilitamos que resurjan elementos que teníamos olvidados. Escribir "como si" la acción transcurriera aquí-y-ahora hace revivir lo narrado -al autor antes que a nadie- de otra manera.
El presente es un tiempo verbal que moviliza de una manera diferente que el pasado. El pasado recrea; el presente inspira, modifica el recuerdo que teníamos de algo. Es evocador por excelencia.
Además de servir para contar, explicar e informar, el presente relata en directo y hace que el lector se sienta muy próximo a la escena.
Cuando el cuerpo central del relato está en presente, resulta más fácil aludir a lo que ocurrió antes o puede ocurrir después. Basta emplear el pretérito indefinido o el imperfecto o el futuro simple; tiempos que no requieren el auxiliar haber (he, había, habré) y permiten economizar lenguaje.

EJEMPLOS
a) "Ulises quería conocer cómo era ese poder extraordinario del canto de las sirenas, que enamoraban a distancia a los navegantes, los atraían a sus moradas y les ofrecían el placer con sus brazos abiertos y sus pechos hermosos hasta que, ya con ellas, los sumergían en el mar y los devoraban. Ulises, sabio y prudente, se hizo atar al mástil de su barco con la orden de que no lo desataran hasta después de haber pasado las islas de las sirenas."

b) "Ulises quiere conocer cómo es ese poder extraordinario del canto de las sirenas, que enamoran a distancia a los navegantes, los atraen a sus moradas y les ofrecen el placer con sus brazos abiertos y sus pechos hermosos hasta que, ya con ellas, los sumergen en el mar y los devoran. Ulises, sabio y prudente, se hace atar al mástil de su barco con la orden de que no lo desaten hasta después de pasar las islas de las sirenas."


Escribir en este presente intemporal es una técnica de aprendizaje que suele convertirse en estilo. Quien llega a dominarla, después puede manejarse más libremente con los demás tiempos.

Artículo extraído del libro "¿Cómo lo escribo?" de Juan Carlos Kreimer, Ed. Planeta (2001)


domingo, 17 de abril de 2011

Pequeños fragmentos, grandes obras: Robert Walser




En una nueva entrega de la sección "Pequeños fragmentos, grandes obras", tenemos el agrado de presentar a un escritor no muy conocido (al menos en latinoamérica), pero que goza del estatus de "escritor de culto"; su nombre es Robert Walser. Nació en Biel, Suiza en 1878. Hizo enumerables labores que le sirvieron, a su vez, de base para su creación literaria. Anduvo errante y fue feliz a su modo. Escribió mucho, pero publicó poco. Llevó "la cosmovisión kafkiana" al extremo, por eso el escritor checo lo consideraba fundamental en su formación literaria. En 1929 ingresa voluntariamente a un nosocomio y allí permanece hasta la navidad de 1956 cuando muere mientras daba un paseo, según sus propias palabras, la forma más poética de morir. Pues aquí publicamos el primer párrafo con el que comienza  su entrañable novela  "Jakob Von Gunten" sobre los aprendices del Instituto Benjamenta.

 Taller Literario La Colmena


Aquí se aprende muy poco, falta personal docente y nosotros, los muchachos del Instituto Benjamenta, jamás llegaremos a nada; es decir, que el día de mañana seremos todos gente muy modesta y subordinada. La enseñanza que nos imparten consiste básicamente en inculcarnos paciencia y obediencia, dos cualidades que prometen escaso o ningún éxito. Éxitos interiores, eso sí. Pero ¿qué ventaja se obtiene de ellos? ¿A quién dan de comer las conquistas interiores? A mí me encantaría ser rico, pasear en berlina y malgastar dinero. Una vez comenté esto con mi condiscípulo Kraus, pero él se limitó a encogerse de hombros despectivamente, sin concederme una sola palabra. Kraus tiene principios, va bien sujeto a su silla, montado sobre la satisfacción, y es éste un rocín al que los amantes del galope prefieren no subirse. Desde que estoy aquí, en el Instituto Benjamenta, he conseguido volverme un enigma para mí mismo. También me he visto contagiado por un extraño sentimiento de satisfacción, desconocido hasta ahora. Soy bastante obediente; no tanto como Kraus, que es un maestro en ejecutar celosamente cualquier tipo de órdenes. Hay un punto en el que nosotros, los alumnos (Kraus, Schacht, Schilinski, Fuchs, Peter el larguirucho, yo, etc.), nos parecemos todos: el de nuestra pobreza y dependencia absolutas. Somos humildes, humildes hasta la indignidad total. Quien recibe un marco de propina pasa por ser un príncipe privilegiado. Quien, como yo, fuma cigarrillos, despierta preocupación por sus hábitos de despilfarro. Vamos uniformados. Pues bien, este hecho de llevar uniforme nos humilla y nos encumbra al mismo tiempo: tenemos aspecto de gente no libre, lo que posiblemente sea una ignominia, pero también nos vemos bonitos, y eso nos ahorra la profunda vergüenza de quienes se pasean en ropas personalísimas y, sin embargo, sucias y ajadas. A mí, por ejemplo, vestir el uniforme me resulta bastante agradable, pues nunca he sabido muy bien qué ropa ponerme. Pero incluso a este respecto sigo siendo un enigma para mí mismo. Acaso en mi interior resida un ser vulgar, totalmente vulgar. O tal vez por mis venas corra sangre azul. No lo sé. Pero de algo estoy seguro: el día de mañana seré un encantador cero a la izquierda, redondo como una bola. De viejo me veré obligado a servir a jóvenes palurdos jactanciosos y maleducados, o bien pediré limosna, o sucumbiré.

domingo, 3 de abril de 2011

Nuestros escritores nos leen los fragmentos de sus grandes obras: Capítulo 7 de la novela Rayuela por Julio Cortázar



Este domingo en la sección "Nuestros escritores nos leen los fragmentos de sus grandes obras", nos acompaña otra vez Julio Cortázar, esta vez para leernos el famoso "capítulo 7" de su novela Rayuela. Un dato peculiar es el acento francés que le pone a la lectura, como si entre la tierra y el cielo, hubiese extraviado su habla original.

Taller Literario La Colmena