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domingo, 30 de octubre de 2011

Dos Escritores: Robert Walser y Jonathan Franzen




En el suplemento cultural de La Nación "ADN Cultura", se publicaron dos excelentes notas sobre dos escritores. El primero, Robert Walser, revolucionó en las sombras, la literatura alemana de principios del siglo veinte y que, sin su puñado de novelas y escritos, Franz Kafka jamás hubiese alcanzado la gloria póstuma que el destino le reservó a él. Y el otro escritor, Jonathan Franzen, junto a su compatriota David Foster Wallace, son los padres de la nueva narrativa norteamericana. Con motivo de la publicación de Historias (Robert Walser) y de Libertad, la flamante novela de Jonathan Frazen, publicamos las dos excelentes notas que, además, son un instructivo para todo aquél que se quiere dedicar a la literatura...

ROBERT WALSER

Entre mediados de los años veinte y principios de los treinta del siglo pasado, cuando ya había escrito sus libros más importantes y estaba a punto de recluirse voluntariamente en el asilo donde abandonaría la expresión escrita, el suizo Robert Walser (1878-1956) se dedicó a llenar de frases todo tipo de soportes: hojas de calendarios, facturas, fajas de periódicos, papeles del tamaño de una tarjeta. Poco tiempo antes había reemplazado la pluma por el lápiz. La tinta le resultaba demasiado solemne y definitiva frente a la flexible blandura de la mina. El trueque afectó su manera de escribir: la letra se fue reduciendo hasta convertirse en "microgramas", signos que, de tan diminutos, resultaban ilegibles. Los especialistas Bernhard Echte y Werner Morlang se enfrentaron a esos jeroglíficos y, entre 1985 y 2000, dieron a conocer seis volúmenes (que en la versión española son tres) que hicieron de Walser un interrogante todavía mayor.

Al escribir de corrido, sin vuelta atrás, los microgramas producen transiciones bruscas. Una narración, casi sin advertirlo, se convierte en otra. Paradójicamente, esas fluctuaciones acentúan la impresión de continuidad. Los temas y el fraseo son los de siempre (una mirada desajustada frente al mundo, un optimismo agridulce, una autonegación que se acerca a la santidad plebeya), pero la distracción que los guía es esta vez extrema. No todo se entiende, pero es siempre susceptible de convertirse en cita.

Aquellas anotaciones fragmentarias permiten leer de manera novedosa los relatos de Historias , volumen que Walser publicó mucho antes, en 1914. Vuelven más evidente la leve desconexión que estructura su literatura. En Robert Walser. Una biografía literaria , Jürg Amann describe con precisión al maestro de las formas mínimas que puede encontrarse en estos cuentos: "Es un innovador en la consecución de requiebros y gentilezas artísticas -anota-. Su mérito más elevado es haber elevado la redacción escolar al rango de literatura [...]. Escribe frases que parecen notas a pie de página de otras frases que, sin embargo, no están ahí, por lo que es preciso imaginárselas. Las oraciones subordinadas son principales; las principales, subordinadas".

Historias estaba incluido en la edición de Vida de poeta publicada en español por Alfaguara hace dos décadas, pero nunca había sido editado de manera individual. En sus veintiún relatos se corrobora hasta dónde todo lo que Walser toca se convierte en un autorretrato velado, algo que también sucede, bajo otras configuraciones, en sus tres novelas extensas ( Jakob von Gunten , Los hermanos Tanner , El ayudante ). Susan Sontag colocó al escritor suizo entre Heinrich von Kleist y Franz Kafka (también podría ocupar un lugar entre Hölderlin y Joseph Roth). En "Kleist en Thun", Walser parece darle la razón. La descripción del autor de Michael Kohlhass , que "quiere entregarse por entero a la mala estrella de los poetas", es una prolongación de los deseos de Walser, tímidos comparados con la histeria del suicida romántico. No es el único poeta que figura en estas páginas. Wenzel, "el genio" que no teme pedir limosna mientras piensa cómo revolucionar el mundo al día siguiente, álter ego soñador del propio escritor, aparece en más de un relato.

La fascinación por las representaciones teatrales y el vano intento de Walser de convertirse en actor permean la colección. En "La prueba del talento", una actriz consagrada rechaza al aspirante con las palabras que él mismo seguramente tuvo que escuchar en su juventud: "Le falta la llama sagrada y fervorosa, el ojo, el par de labios, la mejilla móvil y amenazadora [?]. Estoy contentísima, estimado joven, de haberlo prevenido e intimidado". En "Una velada teatral", en cambio, como si Felisberto Hernández y sus pianistas encontraran en el escritor suizo a su precursor, el narrador alcanza a tocar a las mujeres con los ojos.

Walser trabajó muchos años como empleado contable en oficinas superpobladas. Otros relatos presentan secuaces de Goliadkin o de Bartleby que anteceden las maquinarias burocráticas kafkianas. Son la versión amable y picaresca del Instituto Benjamenta, la escuela de servidores de Jakob von Gunten (1909). En "Una mañana", el oficinista Helbling tiene como único objetivo disimular laboriosidad para entregarse a sus ensoñaciones y permitir que pase la mañana, y en "El diario de un alumno" la descripción del carácter de distintos profesores es el territorio ideal para esas perfectas frases perdidas, salidas de la nada, que proliferan en cada página: "Un hombre capaz de vapulear tan magistralmente -se lee de un maestro afecto a los castigos- ha de ser, en cierto modo, humano".

El lector que busque un riguroso relato al estilo anglosajón seguramente se sentirá defraudado por Robert Walser. Una biografía literaria . El libro, sin embargo, aborda la vida de su protagonista de la mejor manera: sin aserciones. Un capítulo breve y lírico de Jürg Amann, que sigue la cronología y trata de captar las motivaciones íntimas del escritor, hace pendant con fragmentos de la propia obra de Walser. La antología va ilustrando de propia voz cada una de las etapas de su existencia: el efecto duradero que tuvo en él la depresión de la madre, el papel que cumplieron sus muchos hermanos (principalmente el escénografo y pintor Karl), su inclinación por los trabajos temporarios, la década que pasó en Berlín, sus mudanzas permanentes de pensión en pensión. También refiere algunas anécdotas, como aquella vez que Walser fue invitado a leer públicamente en Zúrich algunos de sus textos. Los organizadores consideraron que su alemán oral era defectuoso, y el escritor, después del anuncio de que no había podido acudir por encontrarse enfermo, se quedó escuchando, sentado en primera fila, cómo otro leía sus escritos. La casta de los editores parece ser lo único que altera su humor. Alguna vez, cuenta Amann, convocó a uno de ellos, por medio de una carta, al altillo en el que vive. El editor se digna a ir y es recibido por un sirviente, que va a darle aviso al escritor. Cuando aparece, el invitado descubre que se trata de la misma persona, vestida con ropa distinta. El chiste no le gusta pero menos gracia le causan las desmedidas exigencias pecuniarias de ese autor al que ni siquiera conoce. Walser le escribiría más tarde a Max Brod: "Los escritores, que a los ojos de los editores son una banda de desharrapados, deberían tratar a éstos como cerdos roñosos".

Amann intenta comprender las razones por las que, al ritmo de su grafía, Walser fue apartándose del mundo hasta terminar refugiándose en el asilo de Herisau, donde permaneció durante más de dos décadas. En uno de los últimos microgramas (la biografía no los contempla) una mujer le comenta al escritor: "Es usted una figura novelesca por excelencia. Las novelas que ha escrito, por hermosas que sean, no pueden competir con su personalidad". Quizá esa percepción de sí mismo, que lo entristecía, le haya permitido entrever que pertenencia a un linaje de escritor poco frecuente: aquél en que vida y obra son parte del mismo orden.
Una biografía literaria incluye una notable colección de fotografías. Entre ellas, las del final. Walser acostumbraba hacer largas caminatas en las inmediaciones de Herisau, acompañado por Carl Seelig (su tutor, albacea y autor del ineludible Paseos con Robert Walser ). En la Navidad de 1956 salió solo, y fue derribado por un ataque. Las fotos de un muerto deberían ser algo solemne, pero hay algo que supera cualquier tristeza en las dos tomas de su cuerpo sobre la nieve que se reproducen al final del volumen. Walser tiene la mano derecha sobre el pecho y la izquierda hacia atrás, en un último saludo. Es un artista, tal vez el actor que había querido ser, que se despide, sereno, en paz consigo mismo, del teatro del mundo

JONATHAN FRANZEN


Cuando dos aviones de pasajeros se estrellaron contra las Torres Gemelas de Nueva York, Las correcciones , el libro que ubicó a Jonathan Franzen entre los grandes novelistas de su generación, llevaba una semana en las librerías. La publicación en castellano de su nueva novela, por una de esas magias del azar objetivo, coincide con el décimo aniversario de los atentados. Libertad , una fiesta narrativa de más de seiscientas páginas cuyo título sencillo no debería despistar a nadie, es una novela familiar y obsesivamente privada, pero guarda en sus sótanos una buena cantidad de cargas políticas que tienen mucho que ver con los años en que fue concebida: los años posteriores a aquel 11 de septiembre, los años de Bush y de Irak, los años en que palabras como América, patriotismo y -bueno, sí- libertad estaban en boca de todos los norteamericanos y en particular de todos los políticos. "Una de las razones del título -me dijo Franzen cuando le hablé del asunto- es mi intento por recuperar una bella palabra de manos de los estúpidos y volverla a poner en manos de quienes pueden apreciar su complejidad y su belleza."

Pues bien, misión cumplida: Libertad es una bella y compleja exploración de un puñado de vidas íntimas cuyo problema, como sucedía en Las correcciones , es el eterno conflicto entre lo que quieren y lo que se espera de ellas. En este choque frontal se mueve la extraordinaria historia de la familia Berglund, gente de buenas intenciones e incluso de buena fortuna; gente cuya buena fortuna, junto con todo lo demás, se va al garete de manera fascinante a lo largo de unas tres décadas. Lo que Franzen nos cuenta es el auge y caída del matrimonio entre Walter, ambientalista comprometido y marido fiel, y Patty, "una alegre portadora de polen sociocultural, una abeja afable". Todos los sospechosos habituales están presentes: el dinero, los deportes, el sexo, las drogas y aun el rock and roll , en la persona de Richard Katz, músico pospunk que prefiere ganarse el pan arreglando techos antes que comprometer su integridad artística, hombre caótico que interfiere de maneras imprevistas y calamitosas en el matrimonio Berglund. Son todos personajes (encantadoramente) confundidos, y a todos les queda de maravilla la frase que una vecina insidiosa utiliza para referirse a los Berglund: "Creo que aún no han aprendido a vivir".

¿Cómo vivir? Libertad intenta responder a esa pregunta.

Franzen divide su calendario entre su piso de Manhattan, donde pasa nueve meses al año, y una casa de Santa Cruz, California, a una hora y media de San Francisco por una carretera que bordea el Pacífico. Es un paisaje de acantilados, playa y niebla al mismo tiempo -el mes de agosto, en esa zona de California, es tibio y húmedo-, pero al llegar a Santa Cruz todo eso desaparece: uno está en uno de esos centros urbanos que parecen surgir poco a poco, casi a traición, y en cuyas calles silenciosas no hay peatones. La casa de Franzen es un lugar engañoso: la puerta principal da a una de esas vías de inconfundible aire suburbano, pero uno cruza el salón -dos bibliotecas pequeñas empotradas en la pared y en ellas libros de John Updike, de Don DeLillo, de Philip Roth- y en pocos pasos se encuentra al aire libre, en un porche de suelo de madera colgado al borde de un barranco profundo y cubierto de árboles donde cantan los pájaros. Los pájaros son importantes en la vida de Franzen. Cuando comenzamos a hablar, lo primero que me dijo Franzen no tenía que ver con su vida ni con sus libros, sino con el canto que sonó en ese momento: "Un chingolo punteado. Es un hermoso pájaro".

Me contó que unos meses atrás había estado en Colombia, cerca de la sierra nevada de Santa Marta, en los terrenos de una reserva natural con la que trabaja su organización. ¿Qué organización?, pregunté. The American Bird Conservancy, me dijo Franzen. "Trabajamos con Pro Aves, un grupo conservacionista muy dinámico de Colombia. Una de las razones por las que hemos podido comprar el terreno que tenemos allí, en la selva tropical, es que en un tiempo hubo tantos combates que los campesinos abandonaron sus tierras." El Dorado -así se llama la reserva- está a unos 1900 metros sobre el nivel del mar. Franzen hablaba de ella y yo pensaba en Libertad y en Walter Berglund, que se pasa buena parte del libro intentando conseguir ciertos terrenos para proteger una especie en peligro de extinción: la reinita cerúlea. "En los últimos dos años -leemos-, Walter había viajado mensualmente a Colombia para comprar extensos terrenos y coordinar con las ONG locales que fomentaban el ecoturismo y ayudaban a los campesinos a sustituir sus estufas de leña por calefacción solar y eléctrica." Para Walter, baste decirlo, las cosas no salen tan bien como están saliendo para su inventor.

Jonathan Franzen nació en Western Springs, Illinois, en 1959, y creció en un suburbio de Saint Louis, en el estado de Missouri. Sus padres eran gente modesta que, sin ser muy educada, veía la educación como una herramienta de ascenso social, y siempre transmitieron a sus hijos la importancia de la lectura. (Mucho después Franzen escribiría en un ensayo: "No soporto la idea de que la ficción seria es buena para uno, pues no creo que todo lo que está mal en el mundo tenga cura".) La génesis de una vocación consta de muchos momentos. Uno de ellos, en el caso de Franzen, es una obra de teatro que escribió con una amiga durante el último año de escuela. Era una obra absurda: espías rusos en el Londres de 1666 que tratan de robarle el secreto de la gravedad a Isaac Newton. "Invitábamos al público a pensar que los rusos no tenían gravedad, o algo así -rió Franzen-. Que estaban perdiendo la carrera gravitacional." Luego vinieron las primeras lecturas serias: "Si tuviera que mencionar a un escritor que realmente me haya abierto los ojos, sería Kafka. Mi primera novela fue una reescritura de El proceso , imagínese. Pero nunca quise ser el loco de la buhardilla, el hombre encerrado que escribe cosas ilegibles. Desde el comienzo sentí que mi misión era hacer justicia a esta nueva dimensión literaria que había descubierto sin renunciar a un público más amplio. Pensé, y creo que alguna vez lo dije, que no quería dejar atrás a mis padres. Quería escribir libros que ellos tuvieran oportunidad de leer y apreciar".

Pareció que iba a agregar algo, pero entonces abrió mucho los ojos, miró al vacío y dijo: "Oiga eso: es un colibrí. Hay muchos por esta zona".

Su primera mujer fue otra aprendiz de escritora. Habían estado saliendo desde el último semestre de universidad; cuando Franzen ganó una beca Fulbright y se marchó a la Freie Universität de Berlín, la relación se volvió epistolar. "Nos escribíamos una cantidad poco saludable de cartas -recuerda Franzen-. Como éramos tan ambiciosos, pensamos que no podíamos simplemente escribirnos esas cartitas llenas de emociones, sino que debían ser una especie de diario. Fue un mal experimento: yo pasaba días sin ver a nadie, viviendo en mi cabeza, y una vez, respondiendo a una carta especialmente perturbadora, tuve un colapso nervioso. En cualquier caso, esas cartas acabaron convertidas en un capítulo de mi primera novela, Ciudad veintisiete , aunque la mayor parte del capítulo fue eliminada."

Franzen había hecho a sus padres una promesa solemne: si no publicaba su primer libro antes de cumplir los 25, se daría por vencido y entraría a estudiar Derecho. Y el libro, el terco primer libro, no llegaba. "Pero de alguna manera completé las 10.000 horas de trabajo que, según algunos, necesitas antes de llegar a alguna parte", me dijo. En 1985, en un período de diez (intensos) meses, escribió el libro entero. "Y me acuerdo del día en que lo terminé: era a comienzos de noviembre, estaba trabajando en el porche de un piso que teníamos en los suburbios de Boston. Hacía un frío terrible, pero yo me había quedado afuera porque estaba fumando y mi mujer había dejado el cigarrillo recientemente. Cuando me di cuenta de que había terminado, me sentí exhausto y lleno de excitación. Puse los 18 capítulos en una pila y mi mujer me tomó una foto junto a ese manuscrito. Cuando llegó la foto, mi imagen era horrible. Había pasado diez meses trabajando siete días a la semana, fumando casi hasta matarme. Me veía como un hombre de sesenta años."

No tenía sesenta años: tenía 29 y llegaba cuatro años tarde al compromiso con sus padres. Pero la publicación de la novela (un duro cuestionamiento de la inocencia del Medio Oeste en general y de Saint Louis en particular) fue una decepción inmensa. "La sorpresa más grande -escribió- fue el fracaso de mi novela culturalmente comprometida a la hora de lograr que la cultura se comprometiera con ella. Mi intención había sido provocar; lo que recibí, en cambio, fueron sesenta reseñas en el vacío." Con la segunda, Movimiento fuerte , ocurrió lo mismo: el aprecio de la crítica y el ninguneo de los lectores. Y con la caída de su destino literario, su destino personal -verbigracia, su matrimonio- también se estaba cayendo a pedazos. Fue entonces cuando la revista Harper's le hizo un encargo que sería determinante. El resultado se acabaría publicando en el libro Cómo estar solo con el título"¿Para qué molestarse?", pero todo el mundo lo conoce con su alias: "el ensayo de Harper's".

"El ensayo de Harper's comenzó siendo un encargo de The New York Times Magazine -me cuenta Franzen-. Un reportaje sobre la disminuida autoridad cultural de la novela norteamericana. Me dieron un presupuesto, pero lo más importante es que me dieron también un pretexto para escribir a los novelistas que yo admiraba. Escribí a mucha gente: a Philip Roth, a Toni Morrison? Don DeLillo fue uno de los pocos que contestaron. Así que lo entrevisté, luego le escribí y él volvió a responder, y pronto estábamos comiendo un par de veces al año. Yo tenía (y tengo todavía) una opinión tan alta de él que al principio fue incómodo estar en su presencia. Pero lo hemos superado. Siempre me ha gustado el contacto con los mayores, saber de qué hablaban, y eso fue parte de mi motivación como escritor: quería unirme a esa conversación. El ensayo no fue sólo el lugar donde resolver ciertos problemas, sino la manera práctica de llegar a conocer más escritores, de entrar en contacto con DeLillo o con Donald Antrim, y escuchar que les preocupaban las mismas cosas que a mí. Terminé el ensayo sintiendo que mi maldición era menos exclusiva de lo que creía. Escribirlo me cambió, me liberó para volver a ser novelista con una noción muy distinta de lo que estaba haciendo. Terminé Las correcciones , publiqué la novela y recibí una respuesta muy distinta de la que había recibido con mis dos primeras novelas. Averigüé, en pocas palabras, qué tipo de novelista quería ser."

¿Y qué novelista es ése? En uno de los pasajes más iluminadores de ese iluminador ensayo, Franzen habla de su descubrimiento de una novela que lo marcaría de ahí en adelante: Personajes desesperados , de Paula Fox. "Ese libro era y sigue siendo el mejor ejemplo de cómo el mundo puede verse reflejado en una conciencia individual. Al leerlo me di cuenta de que me había enfrentado al tema de una forma equivocada. Yo me había educado con los maximalistas, esas inmensas novelas que intentan contarlo todo. Pero hay mucho más sobre los Estados Unidos de 1968 en Personajes desesperados que en una novela como JR , de William Gaddis, cuya extensión es cinco veces mayor? Así que me di cuenta de que podía resolver dos problemas a la vez: uno era la obsolescencia de la novela social (me seguía preocupando lo que pasaba en el mundo, pero los métodos de la novela social ya no eran una opción viable) y el otro, la posibilidad de hacer lo que llevaba mucho tiempo deseando: habitar el mundo íntimo de los personajes. Así que Paula Fox me enseñó el camino. Y me parece muy elocuente que el libro estuviera descatalogado mientras que las grandes novelas socialmente comprometidas de los posmodernos estaban ganando premios, volviendo famosos a sus autores."

El artículo de Franzen y su posterior prólogo dieron una segunda vida a Personajes desesperados . Franzen, por otra parte, es uno de los principales defensores de escritoras como Alice Munro. Y sin embargo tiene el raro honor de haber sido la víctima en una de las controversias más ridículas de los últimos años en Estados Unidos. Tras la extraordinaria reseña que la crítica Michiko Kakutani le dedicó a Libertad en el New York Times, un par de escritoras encabezaron un curioso movimiento feminista para quejarse del favoritismo que dicho diario mostraba hacia los hombres blancos. Tan notorio fue el debate -aunque llamarlo debate es una hipérbole- que una de las escritoras involucradas en la queja inventó un tag de Twitter, franzenfreude , que definió como "el dolor producido por las múltiples y copiosas reseñas que le han llovido a Franzen". A Franzen, acostumbrado desde que comenzó su éxito a los ataques de mediocres y resentidos, la cosa lo tuvo sin cuidado. Y sin embargo puede encontrar razón en la queja: "El canon olvida a las mujeres. Eso molesta a mucha gente, y me molesta a mí. Suelo tratar de rescatar a escritoras que hayan sido injustamente descuidadas, pero sigo siendo el hombre blanco".

Defensa de la invención

Como Las correcciones , Libertad es un examen de un momento -mejor: de un zeitgeist - a través de una familia. Para Franzen, se trata de su novela más autobiográfica precisamente porque es la más puramente inventada. "Las cosas más duras o más interesantes de la vida de una persona no deberían contarse directamente en la ficción -me dijo al respecto-. Son demasiado vergonzantes, o contarlas causaría demasiado dolor a personas que aún viven. Una de las razones por las que fue fácil terminar Las correcciones es que mis padres estaban muertos, así que no era necesario inventar tanto. En Libertad , la cosa fue distinta. Quería, en parte, contar lo que sabía, pero no quería hablar de un matrimonio que ocurrió en 1944. ¿A quién le importa 1944? Dejad que los muertos entierren a los muertos, ¿no? Así que traté de imaginar cómo serían mis padres si tuvieran mi edad. Al ponerme en esa tarea, la de contar un matrimonio que no es el mío, pude contar mi matrimonio disfrazado. En ausencia de la invención, la autobiografía más profunda no es posible. Y sin embargo, no sé por qué, la gente necesita pensar en la ficción como autobiografía disfrazada. Tal vez todo venga de un prejuicio muy protestante: que la ficción es mentira. Para esa gente es tranquilizador pensar que una novela no es mentira, sino que el autor ha cambiado los nombres y los detalles pero manteniendo la verdad de lo que le ha pasado. ¿Por qué leer mentiras? Mejor leo algo que me enseñe, piensan ellos, algo que me permita mejorarme."

Franzen reflexiona con terquedad y lucidez sobre el rol que juega la literatura de ficción en nuestras vidas, y sobre lo que perderemos cuando esa curiosa actividad (la de leer y escribir sobre gente que no existe) sea desplazada definitivamente: "Hay quienes sostienen que la no ficción nos da todo lo que la novela puede dar, así que ya no necesitamos novelas, pero hay ciertas cosas que la ficción hace mejor que ningún otro medio. El acceso a la vida interior de otras personas, con toda esta riqueza de gradaciones, es algo que sólo la ficción puede dar. En la ficción podemos entrar en la mente de una persona y en seis palabras salir y entrar en la mente de otra. Fundamentalmente, esto estimula algo que podemos llamar ?simpatía liberal'. Jane Smiley habla de ?la novela liberal', con lo cual se refiere a la novela a secas: la posibilidad, no, la necesidad de presentar puntos de vista que no son los propios hace que uno deba abandonar cualquier absoluto moral. Así que la complejidad moral es una especie de segunda piel para un escritor de ficción".

Y los personajes de Franzen no son extraños a la literatura. Aunque a él, según dice, nunca le ha interesado escribir sobre escritores, le gusta reconocer el hecho de que los libros tienen un lugar en la vida de la gente. Así sucede en Libertad , donde Patty lee a Tolstoi y Joey, lamentablemente, no logra interesarse en Expiación . "Me supo mal, sí. Pero luego me llegó el comentario de que a McEwan no le había importado. Dijo que si él hubiera sido Joey en ese momento, tampoco le habría gustado su libro. Qué puedo decir: a mí me interesa el mundo de la gente que lee novelas. Sí, la tecnología seduce a muchos más jóvenes ahora que hace veinte años, y puede que se avecine un período de decadencia sostenida de la novela, pero el público es todavía muy grande. Aun si fuera pequeño, contaría con mi lealtad. Si seguimos escribiendo como si importáramos, seguiremos importando a la gente que lee novelas. La manera de conservar nuestro territorio no es darnos por vencidos y escribir para nosotros mismos, sino tratar de escribir libros que sean relevantes para los otros."

Franzen hizo una pausa y me dijo: "Mire, un sastrecillo. El pájaro cantor más pequeño de Norteamérica. Siempre vuelan juntos, así que ahora vendrán otros. Para cuando estén todos, habrá unos quince. Una especialidad de la Costa Oeste. No se pueden ver en ninguna otra parte".

Franzen escribió Libertad durante el primer año de la presidencia de Obama. Pasó los años de Bush luchando con el libro, pero sin llegar a ningún lado, y no es una coincidencia que la novela sólo se pusiera en marcha la semana anterior a las elecciones, cuando Estados Unidos asistía a esa sorpresa inverosímil: el candidato negro iba a ganar. "Sólo entonces pude relajarme y ponerme a escribir", me dijo. Se había pasado los años de Bush asistiendo, con fascinación y repulsa, a la degradación progresiva del discurso político. "La política me parece muy tonta, muy simple: exige que uno piense que tiene la razón y que el contrario está equivocado. La mayor crítica que se le hace ahora a Obama es que piensa en las cosas de una forma muy complicada, mientras que una novela que no piense las cosas de una forma complicada simplemente no sirve. Así que hay una antítesis fundamental entre la política y la novela. Alguien debería llevar esta noticia a la Academia Sueca." Pensó un momento y añadió: "Soy una rara mezcla: alguien lleno de opiniones políticas que al mismo tiempo tiene muy poco respeto intelectual por la práctica de la política".

Varias cosas pasaron en esos años, los años de la lenta concepción de Libertad . Su relación con su mujer es una de ellas. Kathryn Chetkovich tiene una colección de relatos, Friendly Fire , pero durante los últimos años ha estado dedicada de manera constante a la dramaturgia. Es, además, la autora de un bellísimo (y descarnadamente honesto) ensayo sobre su relación con Franzen: Envidia . "Esta historia trata de dos escritores -comienza el texto-. Esta historia trata, en otras palabras, de la envidia."

Pero en la vida de Franzen hay otra historia de dos escritores: su amistad con el novelista David Foster Wallace, que el 12 de septiembre de 2008 se ahorcó en el patio de su casa de Claremont, California. Franzen y Wallace habían comenzado a escribirse veinte años antes, en 1988. Dos años después del suicidio, Franzen publicó un ensayo en que trataba de lidiar con esa pérdida; yo no conocía el ensayo cuando le pregunté, precisamente, cómo lo había hecho. "Dave, Dave, Dave? -dijo Franzen entrecerrando los ojos-. Lo que hizo me enfadó mucho, pero también la forma en que lo hizo. Lo digo en el ensayo: siempre supe que él sabía que el suicidio era una movida profesional. Por supuesto que no se mató para promover su carrera, pero era consciente de que lo haría. Lo terrible fue el contraste entre la adulación con que la comunidad literaria recibió su suicidio y mi conocimiento de los crueles, miserables detalles de lo que había hecho, de la traición que eso implicaba, de cuán salvaje era la agresión? No lo sé? La gente que lo llenaba de elogios tras su muerte era la misma que nunca lo había nominado para un premio nacional mientras estaba vivo. Y es particularmente grotesco ver que la principal reseñista del New York Times, a quien Dave detestaba, la mujer que siempre había tratado sus libros de una manera boba y mezquina, de repente se subía al tren y gritaba loas al genio."

¿Y cómo marcó esa muerte la escritura de Libertad ?, le pregunté. "Bueno, siempre fuimos competidores amistosos -me respondió Franzen-. Así que pensé: oye, todavía estoy vivo. Tan pronto pasaron las seis semanas que siguieron a su muerte, literalmente la mañana que siguió al último servicio funerario, me enterré en Libertad . Mientras tuviera esta novela, pensaba, no tendría que lidiar con la tristeza. Libertad se convirtió en un mecanismo para diferir la tristeza."

Pensé en uno de los relatos de Wallace, "El suicidio como una especie de regalo", pero la asociación de ideas me pareció inoportuna y aun grosera, y me avergoncé de ella.

Un canto se oyó al cabo de un rato. "Muy interesante -dijo Franzen-. Oiga eso: es un chivirín de cola oscura. Es raro que esté aquí. Su canto es muy fácil de distinguir. Óigalo."

Eso que te detiene... "La Lección de la Vaca"

A menudo queremos escribir algo nuevo, terminar un relato, corregir un texto que no nos convence en su totalidad, y sin embargo, posponemos, lo dejamos en el cajón del escritorio, etc.
Puede existir una interferencia entre nuestros deseos y su concreción. Un fantasma que nos impide continuar adelante.
Escuchemos en este video "La Lección de la Vaca"



¿Cuál es tu "vaca" en la escritura? ¿Te animas a sacrificarla?

domingo, 23 de octubre de 2011

Yendo de la TV al papel... - Construcción de personajes

El tema de los superpoderes ha estado y sigue estando muy presente en producciones de ciencia ficción. En los últimos tiempos, una serie británica sobre adolescentes que reciben accidentalmente poderes ha cobrado notoriedad: "Misfits".




Independientemente de las historias específicas y de lo remanido que puede estar el tópico, resulta interesante que en esta serie las habilidades de los protagonistas se relacionan en manera directa con sus falencias personales. Por ejemplo, el que se siente invisible para los demás por sus problemas para entablar relaciones recibe el poder de la invisibilidad; quien se siente desbordado por la culpa de hechos pasados puede volver al pasado a tratar de enmendar el error, y así.
Como ocurre en la serie, en nuestra página en blanco es posible desarrollar un personaje a través de sus puntos débiles. No es necesario otorgarle dones sobrenaturales (o sí, dependiendo del género), sólo reflexionar sobre el punto y humanizarlo, que es lo que finalmente lo hará creíble para los lectores: personajes de papel con sentires, defectos y virtudes como el que más.
¿Cuál es tu personaje favorito dentro de tu creación personal? ¿Recuerdas cómo lo construiste? ¿Le harías algún cambio en la actualidad? Porque los seres humanos cambiamos, evolucionamos. Las criaturas de ficción no necesitan estar estáticas tampoco...

lunes, 17 de octubre de 2011

Alegorías

En las artes plásticas, se denomina alegoría a la representación personificada de determinadas ideas abstractas, como vicios, virtudes, artes, oficios, etc. La literatura toma este recurso para entablar diálogos, como lo hizo María Elena Walsh en su "Oración a la Justicia".



Señora de ojos vendados
que estás en los tribunales
sin ver a los abogados,
baja de tus pedestales.
Quítate la venda y mira
Cuánta mentira.

Actualiza la balanza
y arremete con la espada
que sin tus buenos oficios
no somos nada.

Lávanos de sangre y tinta
resucita al inocente
y haz que los muertos entierren
el expediente.

Espanta a las aves negras
y aniquila a los gusanos
y que a tus plantas los hombres
se den la mano.

Ilumina al juez dormido,
apacigua toda guerra
y hazte reina para siempre
de nuestra tierra.

Señora de ojos vendados,
con la espada y la balanza
a los justos humillados
no les robes la esperanza.
Dales la razón y llora
porque ya es hora.


Letra: María Elena Walsh 

Publicado en "LA MAGA" Noticias de cultura, el 24 de marzo de 1993.
(Canción interpretada por Susana Rinaldi)

¿Has usado alguna vez este recurso? ¿Vas a probar incluirlo en alguno de tus escritos?

domingo, 2 de octubre de 2011

¿Y cómo lo termino? Los problemas del final

En las sesiones del taller, es muy común encontrar escritores que tienen una muy buena idea para su historia, empieza bien, se desarrolla de manera armónica y, sin embargo, hacia el cierre, algo falla. Es un final abrupto, o ilógico, o demasiado previsible, o por lo contrario, demasiado inesperado, o bien pretende sorprender y dar tantas vueltas de rosca que el lector puede sentirse defraudado.



No hay una fórmula, sólo un consejo de sentido común. Nuestro texto debe concluir con alguna de las actitudes que tomamos en nuestra vida ante un conflicto:
a) luchar
b) escapar
c) amoldarse

Salvo que se trate de un relato fantástico, donde la regla es la ausencia de reglas, el resto -de una forma u otra- se centra en estas posibilidades.

La manera de mejorar nuestros desenlaces es, como siempre, la práctica. Probar diferentes opciones para una misma historia, pedir opinión de lectores cercanos, y escribir, escribir, escribir.

En el libro "Atreverse a escribir" de Ed. Sudamericana Joven-Taller, sus autores proponen una serie de disparadores para estimular la imaginación e invitar a la práctica. Cada uno puede elegir el tono, el registro, el color que querrá darle (dramático, humorístico, policial, etc.). Aquí, algunas ideas. Y punto final.

"1. Un hombre rico decide festejar el cumpleaños de su hija dándole una sorpresa que la pobre jamás olvidará.
 2. Una nave espacial camino a Plutón es desviada a otra galaxia por una fuerza extraña. En ella viaja un matrimonio que jamás ha podido tener hijos, pero pronto adoptarán a un ser muy especial.
 3. Un acróbata conoce a un insólito personaje de pueblo en una de sus giras. Esa misma noche muere actuando.
 4. Tres chicos descubren que en su barrio vive un criminal de guerra.
 5. Después de sufrir cierta operación, una mujer descubre que algo en ella ha cambiado.
 6. Una mañana, el gato del vecino nos trae de regalo un objeto insólito.
 7. Desde el banco de suplentes, al borde de la cancha, un futbolista fisurado hace todo lo posible para que su equipo triunfe."