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sábado, 7 de mayo de 2011

Especial de Ernesto Sábato 2: El Túnel



El párrafo de su primera novela "El Túnel" que hemos elegido para homenajearlo, es considerado por muchos, como, no sólo uno de los mejores comienzos de una novela (al menos del siglo veinte en Argentina y Latinoamérica) si no también, como un ejemplo crucial a la hora de sentarse a escribir una historia, donde, en pocas líneas, se concentra el ABC para estructurar un relato. La primera línea: Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne; supongo que el proceso está en el recuerdo de todos y que no se necesitan mayores explicaciones sobre mi persona. Primero vamos a detenernos en la elección de los nombres de los protagonistas que hemos marcado en negro. Juan Pablo Castel, tiene la particularidad de ser un nombre común, surgido del anonimato absoluto, pero por otra parte, es un nombre propicio para el mundo de las artes... Un asesino que surgió de la nada y un pintor reconocido por sus pinturas; primer gran acierto del escritor. María Irribane, un nombre como tantos otros que visitan pinacotecas y un apellido que incita a la obsesión; imborrable. Puedo citar un ejemplo personal que, durante mi niñez me había provocado una inquietud similar, "la desaparición de la doctora Cecilia Giubileo". Un nombre delicado para una mujer, un apellido que encierra en sí un misterio indescifrable. Me parece importante marcar una contraposición entre nombre y apellido de un personaje porque indica el génesis de las contradicciones, las pasiones y de las dos tensiones opuestas que conforman un conflicto.

Cuando en el párrafo siguiente, el personaje nos da su punto de vista sobre el recuerdo, el olvido, el pasado y la naturaleza del individuo; por sus palabras, no necesitamos ningún adjetivo para describir ningún apecto físico y psíquico de Juan Pablo Castel porque toda su esencia se encuentra en ese discurso preliminar. Una tarea ardua, pero que nos evita caer en palabras tales como "tormentoso", "alto y encorvado" "trastornado"...

No hay descripción espacio-temporal; un condenado no tiene sitio y su tiempo transcurre infinitamente igual. No vale la pena gastar tinta para describir su rutina, sus pesares y sus miedos propios del ser encerrado. El encierro es invisible a los ojos de quienes disfrutan su libertad, sólo es percibida por el que cumple la pena. Entonces su descripción es vana porque el lector no es Juan Pablo Castel....

Taller Literario La Colmena

Aquí el fragmento...

Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne; supongo que el
proceso está en el recuerdo de todos y que no se necesitan mayores explicaciones sobre mi
persona.
Aunque ni el diablo sabe qué es lo que ha de recordar la gente, ni por qué. En realidad,
siempre he pensado que no hay memoria colectiva, lo que quizá sea una forma de defensa de la
especie humana. La frase "todo tiempo pasado fue mejor" no indica que antes sucedieran menos
cosas malas, sino que —felizmente— la gente las echa en el olvido. Desde luego, semejante frase no
tiene validez universal; yo, por ejemplo, me caracterizo por recordar preferentemente los hechos
malos y, así, casi podría decir que "todo tiempo pasado fue peor", si no fuera porque el presente me
parece tan horrible como el pasado; recuerdo tantas calamidades, tantos rostros cínicos y crueles,
tantas malas acciones, que la memoria es para mí como la temerosa luz que alumbra un sórdido
museo de la vergüenza. ¡Cuántas veces he quedado aplastado durante horas, en un rincón oscuro
del taller, después de leer una noticia en la sección policial!. Pero la verdad es que no siempre lo más
vergonzoso de la raza humana aparece allí; hasta cierto punto, los criminales son gente más limpia,
más inofensiva; esta afirmación no la hago porque yo mismo haya matado a un ser humano: es una
honesta y profunda convicción. ¿Un individuo es pernicioso?. Pues se lo liquida y se acabó. Eso es lo
que yo llamo una buena acción. Piensen cuánto peor es para la sociedad que ese individuo siga
destilando su veneno y que en vez de eliminarlo se quiera contrarrestar su acción recurriendo a
anónimos, maledicencia y otras bajezas semejantes. En lo que a mí se refiere, debo confesar que
ahora lamento no haber aprovechado mejor el tiempo de mi libertad, liquidando a seis o siete tipos
que conozco.
Que el mundo es horrible, es una verdad que no necesita demostración. Bastaría un hecho
para probarlo, en todo caso: en un campo de concentración un ex pianista se quejó de hambre y
entonces lo obligaron a comerse una rata, pero viva.
No es de eso, sin embargo, de lo que quiero hablar ahora; ya diré más adelante, si hay
ocasión, algo más sobre este asunto de la rata.