Powered By Blogger

domingo, 22 de mayo de 2011

"Mientras escribo" de Stephen King

El nombre de este escritor está asociado a libros y películas de terror, ineludiblemente. 
Sin embargo, poco después de un grave accidente automovilístico, publicó esta especie de autobiografía, donde aborda el proceso de la escritura, propone un plan para desarrollarla y da consejos varios y muy prácticos a quienes quieren transitar el camino de las letras.

Un fragmento sobre la corrección de textos, como ejemplo:



"Ahora hablaremos de las revisiones. ¿Cuántas? ¿Cuántas versiones? En mi caso, la respuesta siempre ha sido dos versiones y una última mano. (Desde que existen los procesadores de textos, pulir se parece mucho a escribir la tercera versión.)
Ten presente que sólo hablo de mi manera de trabajar. De hecho, el proceso de reescritura cambia mucho de escritor a escritor. Kurt Vonnegut, por ejemplo, reescribía cada página de sus novelas hasta obtener punto por punto lo que quería. El resultado es que había días en que sólo terminaba una o dos páginas (y la papelera acababa llena de páginas setenta y uno y setenta y dos en forma de bolas), pero cuando estaba acabado el original también lo estaba el libro. Ya se podía componer. Aun así, creo en la existencia de una
serie de verdades que se aplican a casi todos los escritores, que son las que quiero abordar. Si ya hace tiempo que escribes, los consejos de esta sección te harán poca o ninguna falta, porque ya tendrás hecha tu rutina personal. En cambio, si eres un principiante, permíteme el siguiente consejo: no bajes de dos versiones, una con la puerta del estudio cerrada y otra con la puerta abierta.

En mi caso, cuando está cerrada la puerta y vierto directamente en la página lo que tengo en la cabeza, escribo todo lo deprisa que puedo pero sin agobiarme. Escribir narrativa, sobre todo larga, puede ser un trabajo difícil y solitario. Es como cruzar el Atlántico en bañera. Surgen muchas oportunidades de dudar de uno mismo. Si escribo con rapidez, desgranando la historia tal como acude a mi mente y retrocediendo lo justo para verificar los nombres de los personajes y las partes relevantes de sus antecedentes, consigo dos cosas: ser fiel al entusiasmo inicial y superar la duda que siempre está al acecho.
Esta primera versión, la que se centra exclusivamente en la historia, debería escribirse sin la ayuda (ni intromisión) de nadie.
Después de unos días es posible que te apetezca enseñar tu trabajo a algún amigo íntimo, sea por orgullo o por inseguridad.  (Lo habitual es que pienses en el que comparte cama contigo.) Te aconsejo encarecidamente que resistas al impulso. Mantén constante la presión. No la diluyas exponiendo lo escrito a la duda, el elogio o las preguntas, aunque sean bienintencionadas, de un habitante del «mundo exterior». Ya sé que es difícil, pero déjate arrastrar por la esperanza del éxito (y el miedo al fracaso). Luego, cuando hayas acabado, tendrás tiempo de sobra para enseñar el fruto... aunque opino que conviene ser cauto y concederse un tiempo de reflexión mientras la historia sigue siendo un campo de nieve virgen, sin huellas de nadie que no
seas tú.
El quid de escribir a puerta cerrada es que te obliga a concentrarte en la historia sin pensar en casi nada más. No puede preguntarte nadie: «¿Qué querías expresar con las últimas palabras de Garfíeld?», o «¿Qué sentido tiene el vestido verde?». Quizá no pretendieras expresar nada con las palabras que dice Garfield antes de morir, y es muy posible que Maura sólo lleve un vestido verde porque se le apareció así a tu ojo mental. Por otro lado, también es posible que ambas cosas tuviesen algún significado (o que lo adquieran cuando puedas mirar el bosque, no sólo los árboles). Ni en uno ni otro caso hay que planteárselo en la primera versión.
Otra advertencia: evita oír comentarios como «¡es buenísimo!» y correrás menos riesgos de relajarte y enfocar tu trabajo en algo equivocado, como en escribir virguerías en vez de contar bien la historia.

Supongamos que has acabado la primera versión. ¡Felicidades! ¡Así se trabaja! Tómate una copa de champán, pide una pizza por teléfono o haz lo que tengas por costumbre para celebrar las grandes ocasiones. Si tenías a alguien esperando impacientemente a leer tu novela (digamos que un cónyuge, alguien que quizá haya trabajado de nueve a cinco y que, mientras tú andabas en persecución de tu sueño, haya ayudado a pagar las facturas), llegó la hora de entregar la mercancía... a condición de que tu primer lector o primeros
lectores prometan no hablarle a nadie del libro hasta que estés dispuesto a comentarlo.
Sonará un poco prepotente, pero no lo es. Has trabajado mucho y necesitas un período de descanso (cuya duración dependerá del escritor). Tienen que reciclársete el cerebro y la imaginación (dos cosas relacionadas
pero no iguales), al menos en lo tocante a la obra recién terminada. Te aconsejo tomarte unos días de vacaciones (pesca, ve en barca o haz un puzzle), y después trabajar en otra cosa, con preferencia por algo más corto y que represente un cambio radical de dirección y ritmo respecto al libro que acabas de terminar. (Yo, entre versión y versión de algunas novelas largas como La zona muerta y La mitad oscura, he escrito relatos bastante buenos, como «El cuerpo» y «Alumno aventajado».)
El tiempo de descanso que le concedas al libro (como cuando amasan el pan, lo dejan reposar y vuelven a amasarlo) depende exclusivamente de ti, pero considero que no debería bajar de seis semanas. Durante ellas, el original descansará a salvo en un cajón de la mesa, criándose como un buen vino (o eso espero). Te acordarás de él con frecuencia, y es previsible que se repita diez o doce veces la tentación de sacarlo, aunque sólo sea para releer un fragmento que te ha dejado buen sabor de boca y revivir la sensación de saberse buen escritor.
Resiste a la tentación. Si no, lo más probable es que te parezca que el fragmento está peor de lo que pensabas, y que aproveches la ocasión para hacer unos cuantos retoques. Malo. Lo único peor sería que te pareciera mejor. Entonces pensarías: ¿por qué no vuelvo a leerme todo el libro de un tirón? ¡A él, a trabajar! ¡Pero si ya está! ¡Qué cojonudo! ¡Ni Shakespeare, oye! Pero no eres Shakespeare, ni estarás preparado para volver al proyecto anterior mientras no te hayas volcado tanto en uno nuevo (o en reanudar la
vida cotidiana) que casi se te haya olvidado el bien (muy poco raíz) que durante tres, o cinco, o siete meses te ocupó tres horas de cada mañana o tarde. 
Cuando haya llegado el día de la corrección (que puedes haber marcado en el calendario), saca el original del cajón. Si parece una reliquia comprada en unos encantes que ni recuerdas, si te parece algo rarísimo, es que estás preparado. Siéntate con la puerta cerrada (pronto, muy pronto la abrirás al mundo) y coge un lápiz y una libreta. Después lee entero el original. Si puedes, léelo de un tirón. (Es evidente que si el libro tiene

cuatrocientas o quinientas páginas no podrás.) Haz todos los apuntes que te apetezca, pero concéntrate en las simples faenas del hogar, como corregir la ortografía y encontrar incoherencias. Habrá muchas. El único que lo hace todo bien a la primera es Dios, y el que pase de todo y se lo deje al corrector, ése es
un dejado. Si es la primera vez, releer el libro después de seis semanas será una experiencia extraña y en muchos casos estimulante. Lo has hecho tú, te reconocerás y hasta te acordarás de lo que tenías puesto en el equipo de música al escribir algunas líneas, pero al mismo tiempo tendrás la sensación de estar leyendo la obra de otra persona, quizá un alma gemela. Así tiene que ser. Es la razón de haber esperado tanto. Matar a los seres queridos de otra persona siempre es más fácil que matar a los propios.
Otra ventaja de haberte concedido seis semanas de recuperación es que te saltarán a la vista las lagunas más flagrantes de la trama o los personajes. No digo charcos, ¿eh? Me refiero a auténticas lagunas. Parece increíble lo que puede llegar a pasársele por alto a un escritor enfrascado en la tarea diaria de redactar. Pero ojo: si localizas alguna, te prohibo terminantemente deprimirte o flagelarte. Todo el mundo la caga alguna vez. Dicen que el arquitecto del edificio Flatiron, de Nueva York, se suicidio porque justo antes de la ceremonia de inauguración se dio cuenta de que se le había olvidado poner servicios de caballeros en su rascacielos prototípico. Dudo que la anécdota sea verídica, pero te recuerdo una cosa: el Titanic lo diseñó alguien, y dijo que no podía hundirse.
En mi caso, los errores más garrafales que encuentro al releer están relacionados con la motivación de los personajes (que tiene que ver con su desarrollo, pero no es del todo lo mismo). Al verlos me doy un golpe en la cabeza, cojo la libreta y apunto algo así: «p. 91: Sandy Hunter roba un dólar de donde guarda Shirley el dinero, ¿Por qué? ¡Si sería incapaz» También marco la página del original con un símbolo ^ grande, que significa que hay que quitar o corregir cosas y me recuerda que consulte mis apuntes si no me acuerdo de los detalles exactos.
Es una parte de la revisión que me encanta (la verdad es que todas, pero ésta un poco más), porque redescubro mi propio libro y suele gustarme. Eso al principio. Cuando llega el libro a la imprenta, lo he repasado como mínimo una docena de veces, me sé de memoria párrafos enteros y me muero de ganas
de quitarme el tocho de encima. Pero no adelantemos acontecimientos. La primera relectura suele ir bien.

Durante ella, la parte superior de mi cerebro piensa en la historia y en todo lo relacionado con la caja de herramientas: quitar pronombres cuyo antecedente no esté claro (odio los pronombres y desconfío de ellos; son tan chanchulleros como algunos abogados especialistas en indemnizaciones), añadir expresiones que aclaren el sentido y, claro está, eliminar por sistema los adverbios que puedan quitarse (que nunca son todos, ni suficientes).
Por debajo, en cambio, me hago la gran pregunta, la mayor de todas: ¿es coherente la historia? Y si lo es, ¿cómo convertir lo coherente en música? ¿Qué elementos recurrentes hay? ¿Se enlazan formando un tema? Me pregunto, en resumen, de qué va el libro, y qué puedo hacer para que queden todavía más claras las preocupaciones de fondo. Mi máxima meta es la «resonancia», algo que perdure un poco en la mente (y el corazón) del lector después de haber cerrado el libro y haberlo colocado en la estantería. Busco maneras de conseguirlo sin darlo todo masticado ni vender mi primogenitura por un argumento con mensaje. Los mensajes, las moralejas, que se las metan donde les quepan. Yo lo que quiero es resonancia. Busco, sobre todo, lo que he querido decir, porque en la segunda redacción añadiré escenas e incidentes que refuercen el sentido. También borraré lo que se disperse. Esto último seguro que abunda, sobre todo hacia el principio de la historia, que es donde tengo tendencia a ser más errático. Dar bandazos es incompatible con mi
intención de conseguir algo parecido a un erecto unitario. Una vez concluida la relectura, y hechas todas las revisioncitas, llega la hora de abrir la puerta y enseñar lo que he escrito a cuatro o cinco amigos íntimos que hayan demostrado buena disposición."