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martes, 22 de febrero de 2011

Sobre la Creación Literaria: en siete días


 Mucho se ha hablado sobre la inspiración, las musas y todo lo que rodea al instante de sentarse a escribir un cuento o el comienzo de una novela. Supongamos, por un momento, que esa afirmación fuese cierta, entonces nos encontraríamos ante una vasta variedad de obras literarias y de escritores, inclusive, la labor del autor causaría envidia que, gracias a la providencia divina, crea personajes inolvidables, historias que fortelecen a una sociedad; también habría más lectores y se le daría otro carácter a la literatura. Haber, dejemos que la imaginación vuele y ubiquemos a nuestra pasión a la misma altura que las ciencias económicas y físicas, que su influencia fuera fundamental como la política o los descubrimientos científicos que resuelven dilemas médicos sobre enfermedades mortales. Aunque tampoco faltaría quienes dirían que todo se trata de un maléfico número de magia, cuyo propósito sería atontar a la población. Pero, bien, dejemos la fantasía a un lado; la verdad es tan diferente a lo que creemos...

La inspiración; podríamos verlo del siguiente modo: como un muchacho que, después de ver infinidad de películas románticas, sale a bailar con sus amistades teniendo la ilusión intacta de que se enamorará de una chica y que, ese encuentro, será un amor a primera vista cuando, la mayoría de las veces, sucede al contrario, y el muchacho, primero debe reponerse a rechazos amorosos, hasta conquistar un corazón. Se podría aplicar la misma situación con respecto a la inspiración, no por nada, generalmente, se la representa como a una mujer y veamos juntos qué sucede. Leemos una gran cantidad de libros, los que se te ocurran, podría ser "Conversaciones en la Catedral" de Mario Vargas Llosa o "Las Cenizas de la Fantasía" de Daniel Boggio; no importa...Nos sentimos fortalecidos al igual que ese chico después de ver películas románticas y pensamos que es posible; nosotros también podemos. Además nos enriquecemos con la lectura de alguna biografía sobre los autores o sobre esos libros que nos cautivaron y leemos anécdotas increíbles, situaciones propias de una novela. Entonces, rápido, nos dirigimos al escritorio, encendemos la lámpara, abrimos el cajón y ponemos ante nuestros ojos una hoja y un bolígrafo,  nos servimos un vaso de whisky para quienes lo prefieran o de Coca Cola si hablamos de abstemios y empezamos a trabajar; estamos inspirados. Al cabo de algunas líneas nos damos cuenta de que, escribiendo, ni somos Vargas Llosa ni Daniel Boggio. Rompemos la pluma y, frustrados, arrojamos el papel a la basura y nos cruzamos de brazos mientras nos decimos que nunca más volveremos a escribir una página, no jugaremos otra vez a la farsa ridícula del escritor. ¿Qué nos pasó? Pensemos que a Alonso Quijano le sucedió algo similar que a nosotros ahora: había leído tanta literatura caballeresca que se convirtió en Don Quijote, que se casaría con Dulcinea del Toboso y que los molinos eran los enemigos a vencer. Al principio de la novela, esa insólita persona que se hace llamar Don Quijote, es muy similar a nosotros, ingenuo e idealista, pero vemos, cómo, en el transcurso de la novela, Don Quijote se va transformando en él mismo, vuelve a la cordura, enferma y muere, pero el escéptico Sancho Panza, su escudero, termina convencido de que será gobernador de una ínsula y ese es nuestro propósito como escritores, hacerle creerles a los lectores, una mentira y esa mentira no se construye desde la inspiración sino después de haberse levantado de infinitas derrotas. Pero como bien queda explícito al final de la novela de Miguel de Cervantes Saavedra y, como también una vez dijo Roberto Bolaño, la literatura es un monstruo al que no no se puede vencer. Antes de ponemos a hablar sobre la inspiración, tenemos que enfrentar esa difícil verdad...

Esta historia continuará en la próxima entrega...

                                                                                                                                  "Bauer"